lunes, 3 de octubre de 2011

La religión: herramienta de explotación en Macario, de Juan Rulfo

Macario es la historia que hila en sus introspecciones un niño huérfano, con deficiencias mentales, mientras vela frente a una alcantarilla con una tabla en la mano para evitar que el canto de las ranas trasnoche a su madrina.
“Y ahora ella bien quisiera dormir. Por eso me mandó a que me sentara aquí, junto a la alcantarilla, y me pusiera con una tabla en la mano para que cuanta rana saliera pegar de brincos afuera, la apalcuachara a tablazos…”[1]
La condición de Macario se pone en evidencia en sus comportamientos, entre otros, como el de darse “de topes contra el suelo” hasta que la cabeza le suene como un tambor, o la inocencia con que le chupa a Felipa “los bultos esos que ella tiene donde tenemos solamente las costillas” para sacarle a chorros la leche dulce y caliente que le sacia el hambre.
La permanencia de Macario en casa de la madrina pasa por tres condicionantes: la comida, el afecto y la religión. Tanto Felipa como la madrina lo tratan bien y por eso él las quiere. Y lo de la comedera es la gran cosa. “Y mientras encuentre de comer aquí en esta casa, aquí me estaré”. Sin embargo, es el dominio ideológico que se ejerce por medio de la religión lo que condiciona la vida de Macario en casa de ‘su madrina’. En este aspecto es claro la forma en que la sociedad latinoamericana, y en especial el grupo social dominante, utiliza la religión para ejercer dominio ideológico sobre las personas de los estratos bajos y consumar una explotación material del trabajo de estas personas.
Felipa “sólo se está en la cocina arreglando la comida de los tres”, lo demás le toca a Macario. Es evidente que Felipa y Macario viven sometidos y condicionados por sus creencias religiosas, cuyas prédicas son difundidas y utilizadas por el señor cura y por la supuesta madrina de Macario para afianzar el dominio y la explotación que ejercen sobre ellos, que se muestran débiles e indefensos.
Las palabras del señor cura resuenan en la mente de Macario:
 “El camino de las cosas buenas está lleno de luz. El camino de las cosas malas es oscuro”[2]
Por eso Macario le tiene miedo a la oscuridad, porque la oscuridad es propicia para que se aparezcan los pecados con que lo amenazan permanentemente.
 “Pero no prendo el ocote. No vaya a suceder que me encuentren desprevenido los pecados por andar con el ocote prendido buscando todas las cucarachas que se meten por debajo de mi cobija…”[3] 
Ahora bien, para la madrina la presencia de Macario en su casa es un buen negocio. Le cuesta poco mantenerlo y los oficios que le corresponden se extienden desde la madrugada, cuando sale a barrer la calle, hasta avanzada la noche cuando vela frente a la alcantarilla para que su madrina duerma plácidamente sin que la moleste el canto de las ranas, pasando por acarrear leña, lavar los trastes, dar de comer a los puercos flacos y a los puercos gordos. ¿A cambio de qué trabaja Macario? ¡A cambio de un montoncito de comida!
“Luego es mi madrina la que nos reparte la comida. Después de comer ella, hace con sus manos dos montoncitos, uno para Felipa y otro para mí.”[4]
Es por esto que Macario vive hambriento a toda hora. No es para menos con la poca comida que le dan y el duro trabajo que le toca realizar. El hambre lo obliga a comerse todo lo que encuentra y que no representa gasto para su madrina: Se come las flores del obelisco y de los arrayanes, la leche de la chiva y de la puerca recién parida, la leche que le sale de los bultos que tiene Felipa en las costillas cuando quiere acostarse con él, el montoncito de comida de Felipa cuando ella no quiere comer, el garbanzo remojado que le da a los puercos gordos y el maíz seco de los puercos flacos, e incluso, su propia sangre cuando los muchachos de la calle le hacen rajaduras en la cara y en las rodillas con piedras filosas.
A la anterior descripción  de la explotación a que es sometido Macario hay que agregar las condiciones en que duerme:
“Me acuesto sobre mis costales, y cuando siento alguna cucaracha caminar con sus patas rasposas sobre mi pescuezo…También hay alacranes. Cada rato se dejan caer del techo y uno tiene que esperar sin resollar a que ellos hagan su recorrido por encima de uno hasta llegar al suelo”.[5]
Mientras todo eso sucede, la madrina incentiva el temor de Macario con símbolos religiosos. Lo lleva a la misa de los domingos a escuchar el sermón del señor cura y le amarra las manos con su rebozo para que no haga locuras.
“Y mi madrina dice que si en mi cuarto hay chinches y cucarachas y alacranes es porque me voy a ir a arder en el infierno si sigo con mis mañas de pegarle al suelo con mi cabeza”.[6]
Y si se duerme y las ranas cantan, entonces la madrina se llenará de coraje y le pedirá  a alguno de la hilera de santos que tiene en su cuarto que mande a los diablos por él para llevarlo a la condenación eterna.
Además, la misma Felipa  hace otro tanto cuando tiene ganas de acostarse con él, y dice.
“…que ella le contará al Señor todos mis pecados. Que irá al cielo muy pronto y platicará con Él pidiéndole que me perdone toda la mucha maldad que me llena el cuerpo de arriba abajo. Ella le dirá que me perdone, para que yo no me preocupe más. Por eso se confiesa todos los días. No porque ella sea mala, sino porque yo estoy repleto por dentro de demonios, y tiene que sacarme esos chamacos del cuerpo confesándose por mí. Todos los días. Todas las tardes de todos los días. Por toda la vida ella me hará ese favor. Eso dice Felipa.”[7]


[1] .-RULFO, Juan. Pedro Páramo y El llano en llamas. México: Editorial Planeta, 1989, p.109.
[2] .-Ibid, p.111.
[3] .-Ibid, p.112
[4] .-Ibid, p. 109.
[5] .-Ibid, p. 112.
[6] .-Ibid, p-111.
[7] .-Ibidem.

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