lunes, 18 de julio de 2011

El Pibe, al banco

Todo aquel que mire con objetividad el relativo éxito que tuvo la selección colombiana de fútbol hace ya unos cuantos años, cuando participó en tres mundiales consecutivos (Italia 90, USA 94 y Francia 98) y su posterior fracaso, tendrá que relacionar este ciclo, entre muchas otras cosas, con  la plenitud y ocaso de la carrera deportiva de su capitán, Carlos ‘El Pibe’ Valderrama y de un grupo de excelentes jugadores que batallaban a su lado con el corazón en la mano.
La razón de esta presencia consecutiva en el concierto mundial del balompié es de conocimiento general. La presencia del ‘Mono’ en el campo de juego era condición y garantía para que entrara en acción una dinámica que cubría áreas y niveles distintos y que, al parecer, hacía posible que el andamiaje colectivo alcanzara plena realización.
Su cualidad más alabada, la de organizador del juego del equipo, se prodigaba al máximo en beneficio del colectivo debido a esa habilidad extraordinaria que le permitía poner a sus compañeros en posición de gol con pases de gran precisión que hacían explotar de emoción a los hinchas. Se piensa que, al manejar los hilos del equipo, podía sacar mejor provecho de las condiciones físicas y técnicas de sus compañeros cambiando a voluntad el ritmo de juego de la selección como si estuviera en un plano astral superior desde donde comandaba y enviaba al ataque a sus jugadores según las circunstancias del momento, para que su cuerpo físico hiciera efectivo el pase decisivo.
No es pues de extrañar que, ante su ausencia, el equipo nacional se haya venido a menos a pesar de contar con excelentes jugadores que desempeñan la misma labor. Si en todas las posiciones del combinado patrio hay jugadores de alto nivel que se desempeñan con éxito en el fútbol internacional, entonces, ¿por qué no funciona el equipo? ¿Hay que cambiar al armador? ¿Es el constante cambio de jugadores lo que no permite continuidad y alto rendimiento? Ante estos interrogantes los entrenadores deciden, entonces, darle toda la confianza a su número diez y mantenerlo de titular, pero la cosa tampoco funciona.
Razones van, razones vienen y nadie sabe con certeza qué hacer para solucionar el problema. Unos tras otros, los técnicos vienen y se van y los pobres resultados son la constante. En cada competencia, llámese Copa América o Copa de las Naciones el equipo es eliminado en las primeras de cambio. Y en las eliminatorias a los Campeonatos Mundiales se sumerge en los últimos lugares de la tabla sin posibilidades reales de clasificación, aunque con la ilusión viva de los hinchas que le rezan al Divino Niño, al Señor de Monserrate y a los más poderosos miembros del santoral que, cosa curiosa, también se hacen los de los oídos sordos, ya sea porque saben mucho de fútbol o porque no entienden ni jota, pero lo cierto es que siempre se equivocan de camiseta.
Desde la eliminatoria del 2006, cuando bajo el mando de Maturana se perdió con Venezuela como local, sólo podemos aspirar a triunfar en casa frente a Bolivia. Los otros contendores ante los que todavía sacamos pecho son los centroamericanos con excepción de México. La actual Copa América que todavía se está jugando en Argentina, confirma este aserto: Con la dirección de ‘Bolillo’ Gómez, triunfamos ante Costa Rica y Bolivia y seguimos acumulando experiencias, ‘para lo importante, que es la eliminatoria.’ Los mismos entrenadores que dirigieron a la selección de Valderrama han fracasado una y otra vez con la selección Colombia y con todos los otros equipos que han dirigido desde entonces. Así que pensar en ellos como solución es entregar por anticipado la bandera de la ilusión.
La sombra del otrora capitán y su combativa hueste pesa sobre la selección. Incapaces de asimilar y reemplazar su talento, nos lamentamos de su ausencia. Pero lo que en realidad pone de presente el continuo fracaso deportivo son las deficiencias de nuestra organización deportiva que reflejan, a su vez, las profundas limitaciones sociales que padecemos.
Algo explicable por ser uno de los comportamientos más usuales dentro de la estructura social colombiana. Tan poco acostumbrados como estamos al éxito, no somos capaces de visualizar la esencia que caracteriza a estos personajes singulares de proyección mundial y por eso los procesos que ellos inician se quedan truncos ante la falta de continuidad. Las habilidades y destrezas físicas se confunden con las potencias mentales y espirituales y se menosprecian las construcciones de orden social para darle paso a los mezquinos intereses personales y de pequeños grupos. Ante la dificultad que conlleva una estructura con cierto grado de complejidad y abocados a la necesidad de explicar el fenómeno social, se elabora, mediante un acto de llaneza y simplificación, un esquema que dé cuenta del fenómeno en cuestión. Y luego, como en la moderna antiepopeya de Saramago, la ceguera se va generalizando hasta convertirse en epidemia; pues una vez esquematizada la nueva forma simple que ofrece la supuesta explicación al fenómeno social, ésta se difunde por los medios de comunicación hasta alcanzar plena posesión de la conciencia colectiva. Y así, en lugar de trabajar para asimilar la estructura compleja y generar dialécticamente sus equivalentes, nos dedicamos a reproducirla en forma mecánica y luego nos lamentamos y resignamos por lo infructuoso del intento. Somos una sociedad que se niega a sí misma.
Medir al Pibe sólo con el rasero de sus extraordinarias cualidades físicotécnicas –incluida su rapidez mental para ubicar los pases como característica sobresaliente- es limitar y empobrecer la dimensión que tuvo en el engranaje del equipo nacional por más de una década. De ser así, el problema ya estaría resuelto pues no es difícil conseguir otros jugadores tan bien dotados como él en este aspecto. Lo grave está en la ceguera general que impide ver la faceta compleja y el papel determinante que éste cumplía en el desempeño colectivo.
Esa otra faceta que pone en movimiento su condición de jugador y establece la diferencia con los otros buenos jugadores está en el corazón del Pibe. Un corazón que palpita a ritmo de patria, de identidad dentro de la cancha y fuera de ella. Es un lugar común oír hablar de pundonor, compromiso, ganas, entrega, carácter o temple a la hora de valorar su desempeño. Pero se olvida que esas cualidades no son parte del equipaje con que nacemos. Al menos no, en grado sumo. Además, es muy cierto que las fortalezas del corazón no son distribuidas en igual proporción a todos. Corresponde, entonces, a la sociedad proporcionarle a sus miembros aquellas que le faltaron para que puedan equilibrar el desbalance y procurar poner a su servicio a quienes han sido favorecidos en este aspecto por la fortuna.
Trabajo y sacrificio, ambición y humildad, constancia y honestidad generan el equilibrio en la personalidad de estos deportistas, siempre y cuando la estructura social sea lo suficientemente sólida para generar y sostener esta fuerza creativa, contrario al ego individualista en el que se consumen, con un brillo efímero, otros grandes dotados. En el caso del Pibe siempre estuvo presente la orientación su padre Jaricho, –un modesto y humilde educador-  y la identidad que logró con los ideales del pueblo colombiano
De ahí que analizar al jugador implica contextualizarlo. Y una vez en su contexto se puede visualizar la solidez de su entrega y manera de ser. Para ilustrar los resultados del proceso de formación del Pibe se pueden recoger los ejemplos del anecdotario de quienes cruzaron con él los hilos de su destino. Para el caso, uno basta. Cuenta el mismo ‘Bolillo’ Gómez, que a la hora del entrenamiento, en más de una ocasión le tocó apremiar a Maturana con estas palabras: “Pacho, vamos, que ya el Pibe debe estar en el bus esperándonos”.

Hombre y símbolo
Es la faceta que habla por sí sola del hombre que necesita el equipo. No es la posición que ocupe en el campo de juego, ni sus cualidades futbolíticas –pues todos los integrantes de la selección deben tenerlas en grado sumo-. Es el hombre que tiene la capacidad para mover el engranaje. Como la Alemania de Beckenbauer, la Argentina de Maradona o la Colombia del Pibe.
En ese entonces, cuando el ‘Mono’ estaba en el campo de juego comandando a los acorazados vestidos de tricolor se ponía en funcionamiento un andamiaje colectivo de gran efectividad. Al organizar el juego del equipo, se cualificaba al máximo el beneficio del colectivo al sacar el mejor provecho de las condiciones físicas, técnicas y tácticas de cada uno de los jugadores según las circunstancias del momento.
Incluso, ese hombre-símbolo puede estar fuera del campo de juego. Así aconteció cuando a la Alemania campeona de Beckenbauer, jugador en el 74, le sucedió la Alemania de Beckenbauer-técnico, también campeona del mundo en Italia 90.
Ojalá algún día veamos al Pibe dirigiendo desde el banco a la Selección Colombia. Debió ser su destino natural como tantos otros grandes lo hicieron con la selección de su país. Como Beckenbauer o como el mismo Maradona. Y a lo mejor así, de nuevo, desde un plano astral superior, dirija a sus once corazones hacia la dinámica perdida, no solo vestidos de tricolor sino también respaldados por una estructura social que les posibilite la ilusión, pues sólo así se podrá recuperar la sinergia perdida. En caso contrario el ego individualista y las maquinarias corruptas de las organizaciones deportivas y de los medios de comunicación consumirán, con su brillo efímero, a estos grandes deportistas.