martes, 10 de diciembre de 2013

"Quien no tiene visión crítica jamás podrá escribir": Leandro Cerro

PrensaSED

   EDUCACIÓNBOGOTÁ
Secretaría de Educación del Distrito
                 
 
‘Curso de escritura para principiantes’, es la nueva obra literaria del docente y escritor Leandro Cerro con la cual busca enseñar a profesores/as y a todos los interesados, cómo instruir a niñas, niños y jóvenes en la escritura inicial.

Docente de español y literatura desde hace 30 años, ocho de ellos en el colegio distrital Eduardo Santos, y los últimos cuatro en el colegio distrital Ricaurte, Leandro Cerro ya ha producido dos trabajos anteriores dedicados a la técnica y a la teoría de la escritura: ‘Texto y pedagogía’ y ‘Técnicas de escritura’, los cuales son ampliamente apreciados en facultades de educación superior que trabajan la pedagogía y literatura. 

En su nueva obra el profesor Cerro, explica por qué desde el preescolar hasta el postgrado los seres humanos escriben desde el método del ‘ensayo’. Esta premisa la desarrolla, como primera medida, mostrando y desarrollando los elementos conceptuales de la escritura. 

Luego demuestra a sus lectores, por medio de 80 ensayos cortos, como pueden desarrollar los conceptos sobre el escrito. En un capítulo especial dedicado a los niños, el profesor Cerro instruye sobre lo importante de hacer la transición entre el lenguaje oral y el lenguaje escrito: “Todos los niños empiezan escribiendo como hablan, y eso no es malo, lo importante es orientar a los infantes a hacer esa transición al lenguaje escrito”, asegura.
El maestro debe ser un modelo de lectura
En las páginas de ‘Curso de escritura para principiantes’, el autor también  busca encontrar sentido a cómo los profesores deben motivar la lectura en los estudiantes.  Según el profesor Leandro Cerro, los docentes deben leer y escribir de manera constante; así, como un modelo a seguir, los estudiantes perseguirán este buen hábito. 

“El problema de hoy es que nadie lee, y no se prepara a los profesionales para leer tanto que puedan poder escribir de manera correcta”, asegura el docente Cerro. En su obra didáctica, se busca demostrar que a medida que un sujeto vaya adquiriendo el hábito de la lectura, también irá adquiriendo la habilidad de producir textos propios: “Quien no tiene visión crítica jamás podrá escribir”, asegura.

‘Curso de escritura para principiantes’, que será distribuido en las principales librerías del país, fue presentado en sociedad el pasado  martes 26 de noviembre en las instalaciones del colegio distrital Ricaurte en la localidad de Los Mártires. 

martes, 23 de julio de 2013

Humor versus violencia


Por: Nelson Castillo Pérez[1]
Escritor invitado

 Todos recordamos aquel acalorado debate del entonces Senador Gustavo Petro en el que acusó de parapolítico al también Senador de la República Álvaro Araujo, doliéndose al mismo tiempo de que antes del surgimiento del paramilitarismo su colega y paisano era un muchacho bueno de Valledupar a quien apenas le gustaba la parranda y el vallenato, un caribe convencional, “hasta cuando llegaron los cachacos y le enseñaron a matar”. Tan audaz declaración, cuya contundencia no tuvo necesariamente que causar perplejidad entre los miembros del Congreso, ya insensibilizado ante la avalancha de tantas cosas horripilantes que genera la corrupción del país, merece un breve análisis desde la perspectiva de la antropología para comprender la verdadera intención significativa  de la expresión del hoy Alcalde de Bogotá. 
El Caribe colombiano se configura como una región. El concepto de  ‘región’ es producto de lo cultural, lo geográfico y lo histórico. La cultura se asume de entrada como una respuesta de los hombres al medio al cual se deben. Las reacciones psíquicas y prácticas de los habitantes del Caribe colombiano frente al paisaje, son equivalentes a las de todos los habitantes del área del Caribe. Psíquicamente, un cartagenero se aproxima a un boricua, de  la misma manera como un cachaco de Bogotá se podría parecer a un cachaco francés. El hecho de que en el exterior confundan a un loriquero con un cubano se explica a la luz de esta identidad sociocultural. “Soy de Cartagena y  de Barranquilla, y siento que la capital de Colombia no es Bogotá sino Caracas”, dijo García Márquez. Con lo cual quiso poner en alto relieve su condición de hombre caribe. Caracas, de hecho, es una capital caribe.
Somos, los oriundos del Caribe, el producto histórico del apareamiento entre blancos españoles, negros africanos e indígenas, como también del entorno deslumbrante a fuerza de su desmesura geográfica. La concepción mágica de los africanos, la creencia en lo sobrenatural de los castellanos y los rituales del más allá de los aborígenes, todo un entrecruzamiento cultural singular que sirvió de sustrato para construir una visión del mundo diferente a la del viejo continente. Esta realidad histórica subvierte los patrones convencionales de la racionalidad occidental. Latinoamérica habría sido un mundo menos caótico si hubiera sido dividida políticamente en dos partes longitudinales: una caribe y otra andina. Así, un pastuso se sentiría más incluido si la capital de su país fuera, por ejemplo, La Paz, y no Santa Marta; y un cartagenero, estaría más integrado a su nacionalidad si sus dirigentes capitalinos no fueran bogotanos sino barranquilleros. Esto podría hacernos entender por qué un candidato del Caribe colombiano, después de Rafael Núñez,  no ha podido llegar a la presidencia de Colombia, cuya capital, donde se manejan los hilos del poder, dista mucho de su esencia.
La cultura está constituida esencialmente por un cúmulo de creencias y valoraciones respecto a la vida. Estimaciones que los miembros de una sociedad han construido a lo largo del tiempo de acuerdo con sus experiencias vitales y a través de las cuales ven y sienten la vida. Una de las creencias dominantes entre los habitantes del Caribe colombiano es que la muerte constituye el final. “El que se murió se jodió”, dijo alguna vez Álvaro Cepeda Samudio. “El vivo al baile y el muerto al hoyo”, se les oye decir a los miembros de esta cultura, donde reina el concepto de que la vida es un fandango que da muchas vueltas y el que no la goza es un pendejo. Es decir, se trata de una visión del mundo en la que la muerte no es ni mucho menos un acontecimiento digno de ser honrado. Todo lo contrario: a la muerte se le profana. La vida, en sus diferentes expresiones, es lo que le interesa a los habitantes del Caribe colombiano.
No en vano las estadísticas de los violentólogos dicen que el único comandante guerrillero caribe a lo largo de la triste historia de la violencia colombiana ha sido uno solo, Jaime Bateman, y se dejó matar mientras hacía contactos en busca de la paz. Con razón se oye en los chistes  populares que “todos los policías son cachacos”. De ahí que no es difícil imaginar a los hijos de los pobres, forzados a pagar el servicio militar, con un fusil a cuestas y obedeciendo las órdenes castrenses de un coronel  de entonación paramuna.
Se trata, la nuestra, de una cultura que venera la vida, en la que el lenguaje es ya una fiesta; una cultura en la que los hablantes utilizan las palabras más para divertirse que para comunicar. Un tipo de lenguaje que carnavaliza las relaciones sociales y desentroniza la solemnidad, propiciando el acercamiento y la familiaridad. La familiaridad se traduce en los términos de la aproximación entre los seres humanos. Lo ampuloso, lo distante y lo solemne se derrumban en la risa carnavalesca. Lo formal no tiene cabida. Se trata, el nuestro, de un tipo de lenguaje que desenmascara.
   La visión del mundo de los habitantes del Caribe, denominada por la investigadora Irlemar Chiampi como ‘realismo maravilloso’, tiene una motivación original. Resulta de un modo particular de ver la realidad, ocasionado por la incubación de una cultura híbrida. Las cosas más sobrenaturales se cuentan con una seriedad extraordinaria. En este sentido, lo real maravilloso se conecta con el humor porque este constituye una nueva forma de ver la realidad. La esencia del humor se fundamenta en esa posibilidad de crear una visión inusitada de la realidad.
El humor es una de las armas más portentosas contra la violencia. Gracias al humor el veterano coronel de la novela de García Márquez sobrevive en medio de la precariedad económica y la violencia política. En virtud del humor, la región norte de Colombia, La Costa, como se decía antes, fue la parte de nuestro país menos afectada en los tiempos de la violencia generada por el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán en plena avenida séptima de Bogotá mientras el resto de los colombianos hacían la siesta.
El humor es una condición inherente al ser humano, pero existen sociedades más humorísticas que otras en obediencia a la visión cultural. Las sociedades ligadas al humor vinculan en su diario vivir, en las relaciones sociales, la imaginación. El humor en sí puede verse como un estímulo de la imaginación a través del lenguaje. De ahí que las sociedades racionalistas no entienden nuestras metáforas, nuestras ironías. Porque la lógica del humor no se encuentra en la razón sino en la imaginación. El humor transfigura la visión de la realidad. La vuelve amable, significativa. Desvanece el conflicto. Flexibiliza.
La violencia, en cambio, constituye un estado de las relaciones sociales que no tiene más allá. Es el tope hasta donde llega la sequedad del lenguaje, sin la alegría de las metáforas ni la lúdica de las analogías. Surge cuando ya en el acto comunicativo no hay opción: es el fin de la racionalidad. En el humor, al contrario, se redefinen las categorías mentales de la sociedad y las palabras adquieren reasignaciones semánticas gracias a la prosodia. El humor convierte la calamidad en fuente de alegría a través de la ingeniosidad verbal. Los hablantes caribe son ingeniosos, festivos. Detestan el dolor, la muerte.
Las palabras de Petro, como acusación, quedaron atrás. Pero dejaron latente un lamento que nos toca como gente caribe. En virtud de nuestra cultura e imbuidos de ella, llevamos en nuestra sangre ser amantes de la vida. Es una realidad cultural inconmensurable como las simas insondables del mar Caribe. Y nos debemos a ella. Por eso en esta realidad no puede haber cabida para empresas criminales y conciliábulos de muerte. Nuestra tierra, ¡tierra, mar y aire! tiene que ser siempre un canto a la vida



[1].-Escritor y catedrático universitario