lunes, 28 de marzo de 2011

Épica fantástica americana con patas de venado

      El venado fue el animal que escogió la escritora argentina Liliana Bodoc para simbolizar a la tierra y al hombre del nuevo mundo en su lucha por la libertad y la conservación de su cultura en La saga de Los Confines —una historia en tres volúmenes: Los días del venado, Los días de la sombra y Los días del fuego— que introduce en las letras americanas la épica fantástica. La variante de género que tanto reconocimiento ha tenido primero en Europa y luego en todo el mundo con El señor de los anillos de J.R.R.Tolkien, también puede ya incluir entre sus obras significativas una historia americana sobre los tiempos primitivos cuando el mundo se regía por los designios de la magia.
      En el campo del arte y de la literatura pocas veces se tiene la oportunidad de realizar innovaciones plenas. Cuando eso sucede por lo general estamos frente a transformaciones de gran envergadura que involucran la ciencia y las mismas costumbres para dar cabida a una nueva época en la historia de la humanidad, lo que, a su vez, implica nuevas concepciones en la visión del hombre mismo. Esos momentos escasos son, por sus mismas características, invisibles para la generalidad de los hombres y solo unos pocos visionarios pueden percatarse de ellos y desarrollar su creación en función de los nuevos tiempos que se avecinan. Tal parece que al menos la segunda mitad del siglo XX hace parte de una etapa de tránsito hacia una nueva época que algunos pensadores han dado en llamar posmodernismo, pero cuyas características apenas comienzan a vislumbrarse y seguramente pasarán todavía muchos decenios más, antes que alcance perfiles más definidos. La conjunción de signos da a entender que esa ventana de transformación radical se abrió desde mediados del siglo pasado y continúa abierta. Y que los creadores literarios transitan ya por esos nuevos rumbos. Precisamente, uno de los puntos altos de innovación en la creación literaria —la expresión máxima de esta variante de género lo produjo el irlandés J.R.R. Tolkien en la década del 60 con la trilogía El señor de los anillos, popularizada hoy en día por su adaptación cinematográfica.
      Pues bien, la épica fantástica además de ser un tema atractivo para los narradores es uno de esos campos hasta hace poco no explorados en la literatura en América. Ese vacío lo comienza a cubrir La saga de Los Confines, con las variantes indispensables que se requieren para aclimatar el género en un territorio con un imaginario ancestral muy singular y diferente del que derivó Tolkien sus referencias. Y aunque puede ser paradigmática la existencia de un punto común que encarna la lucha tradicional del Bien contra un Mal que detenta los máximos poderes existentes por medio de la magia (Sauron en Tolkien y Misáianes en Bodoc), la obra de la argentina se engalana con un toque poético de alta factura que le da a su obra gran vitalidad y belleza con lo que logra superar los esquemas en los que está superpuesta la historia.
      Con el nacimiento de Misáianes —concebido en un acto de desobediencia de La Muerte a las leyes que rigen su propia naturaleza— se da inicio al cumplimiento de una profecía enunciada por “los Primeros Viejos” que hablaba del funesto acontecer de cuando la magia se dividió en dos. En las Tierras Antiguas permanecieron los magos de la Cofradía del Recinto adeptos a Misáianes, en tanto que los magos del Aire Libre o Supremos Astrónomos, emigraron a las Tierras Fértiles, allende el Yentru, el tormentoso mar. Luego de dominar totalmente las Tierras Antiguas, Misáianes, el Odio Eterno, envía una expedición de sideresios al mando de su emisario, el mago Drimus,  con la compañía adicional de su madre, La Muerte, para conquistar a sangre, fuego y terror las Tierras Fértiles.
      Los magos del Aire Libre leen las señales que hablan de la expedición y convocan a todos los pueblos para decidir qué hacer. En la Casa de las Estrellas de Beleram, ciudad de los zitzahay, se reúnen a deliberar husiuilkes, lulus, zitzahay, pastores, los buhos y los hijos del País del Sol. A su llegada, el ejército invasor de sideresios encuentra la oposición de las fuerzas de las Tierras Fértiles al mando del huisuilke Dulkancellín. Sin embargo, ante la traición de Molitzmós, príncipe del País del Sol, muere Dulkancellín y el territorio de las Tierras Fértiles —con excepción de Los Confines, la tierra de los husihuilkes, y el desierto de los pastores—, cae bajo el poder de los sideresios, quienes también pierden a su jefe Drimus.
      El segundo tomo de la serie narra el dominio que los sideresios ejercen en el nuevo mundo y los preparativos de los husiuilkes, bajo el mando de Thungür y los Brujos de la Tierra —Kupuka, Tres Rostros, El Masticador, el Padrecito del Paso y el Brujo Halcón—, para resistir una segunda expedición de Misáianes. Finalmente, en Los días del fuego, se presenta la confrontación esperada con el triunfo de los husihuilkes, quienes cuentan con la ayuda de un foco de resistencia del País del Sol. Este triunfo alienta una vieja resistencia soterrada en las Tierras Antiguas por parte Zorás, uno de los magos de la Cofradía del Recinto, resistencia que se levanta en armas y aísla a Misáianes en su monte. La historia termina con el regreso de los guerreros husihuilkes a la tierra del venado —Los Confines— y el restablecimiento de sus lazos familiares y comunitarios.
      Sin embargo, a pesar de ser éste el hilo del relato subyacente, el acierto de la Bodoc estriba en no contar la historia de esta manera, lo que la encasillaría sin variantes en el esquema ramplón y repetitivo de la lucha del Bien contra el Mal.
      Con una prosa poética que le da un colorido singular, el narrador entreteje una urdimbre que ubica de entrada al lector en el calor de la casa de madera de Vieja Kush que huele siempre a pan caliente y adonde van los lulus con sus colas blancas, amarillas y rojas en cada atardecer de la buena estación “en busca de tortas de miel y calabazas”; y sin previo aviso lo sumerge en los artilugios de la palabra de Cucub y los pequeños zitzhay; cuando no sigue tras las huellas de patas de cabra de Kupuka, el Brujo de la Tierra, para compartir a la par de los huisuilkes sus secretos sobre la tierra, la mayor fortaleza con que cuenta su pueblo para la vida e incluso para la guerra; o de personajes como las nuberas, Lengua Demorada o la jauría de Drimus y en historias como la del halcón ahijador y el proceso de gestación de un nuevo brujo de la tierra, el Brujo Halcón. En fin, dotada con un singular sentido poético de la realidad la escritora argentina pone su sello en el estilo narrativo con lo que da origen a un mundo lleno de colorido y calor humano. Es el toque distintivo.
      En otros aspectos la influencia de Tolkien parece marcar el paso. En principio, tal como en la obra del irlandés, el armazón estructural gira en torno a un invisible e inasible mago o ser superpoderoso representante del mal al que se le oponen indefensos seres fortalecidos con las más caras virtudes humanas que paulatinamente van creciendo en posibilidades hasta alcanzar la victoria final. Otra huella que sirve de guía es la configuración de la guerra, que contada desde el lado de los buenos, va ampliando su espacio de acción hasta cubrir los más mínimos detalles de la vida humana. Y si bien todos los personajes se alinderan entre uno y otro bando con sus respectivos esquemas de comportamiento primario, también el tratamiento dado en este caso se aleja del maniqueísmo ramplón, del impacto amarillista basado en  la exposición cruda de la sangre o de la fantasía que sólo sirve para la evasión.
      Sin embargo, a pesar de ser una gesta épica, pocos episodios están dedicados a la guerra como tal, muchos a prepararla. Las dos confrontaciones armadas, una al final del primer volumen y la otra al final del tercer libro son pasajes inevitables y contundentes en sus consecuencias, pero de poco tiraje en su desarrollo narrativo si las comparamos con la descripción de los hechos que las anteceden y el periodo de entreguerras en los que se explayan los tres volúmenes. Este hecho —también presente en Tolkien— puede apuntar a un tópico del género, en el que las potencialidades narrativas se encauzan hacia el realce de las características humanas que posibilitan al final el dominio de las fuerzas del Bien contra los poderes oscuros y el retorno de la magia a los caminos del buen orden, al servicio de los hombres.
      Pues bien, con La Saga de Los Confines parece perfilarse un nuevo aire narrativo en las letras americanas. Y aunque en ningún momento puede considerarse como un sustituto de la literatura de Borges, Cortázar o García Márquez, sí es una opción nueva y diferente que abre un espacio en el universo de la historia de la literatura latinoamericana. Vinculada inicialmente con la cultura y tradiciones  de los pueblos indígenas aborígenes, también puede decirse que tiene posibilidades de conectarse con lo maravilloso americano contado por Carpentier y sus contemporáneos. De hecho, al estar apoyada en sus patas de venado “puede saltar fácilmente de uno a otro lado”.