lunes, 13 de junio de 2011

De la viveza como cultura dominante III

Todas las estructuras sociales están diseñadas para reproducir la mediocridad


Es indiscutible que para ser un vivo hay que creerse capaz de serlo. Quien se considera un vivo, ya asume su rol y  anda a la caza de cada oportunidad para demostrarlo. Se cree más listo que los demás en oposición abierta al torpe y tonto, asimila a los demás a esta condición y esto es lo que lo hace lesivo para los demás.  Dígase bien, el vivo aprovecha la situación por lo general el estado de indefensión, reposo o descuido de los otros para sacar provecho.  Puede darse el caso de una persona inteligente en funciones de vivo pero esto no es usual, ya que la inteligencia no necesita de esas ventajas que son más bien limitadas, y por tanto despreciadas por quien tiene en alta estima sus propias aptitudes y capacidades y puede sacar mejor provecho en buen uso de ellas.
Pues bien, la imposición y vigencia de este personaje dice a las claras que somos una sociedad facilista. Que amamos el éxito fácil. Le tenemos miedo a las dificultades, al sacrificio, al rechazo que ocasiona el primer fracaso y el que sigue. No nos interesa el trabajo sino la ‘chamba’. La constancia y la tenacidad no significan nada dentro de nuestra concepción de vida y por eso nos derrumbamos ante el primer obstáculo y buscamos ‘la oportunidad de nuestra vida’ dentro de la ‘legalidad’ que proporciona el mismo esguince a la ley que no puede ser llamada ilegalidad hasta que no se demuestre luego de un arduo y largo proceso, con las ventajas que ofrecen las fisuras jurídicas que proporciona la misma ley.  
Y como sociedad facilista que somos, desde los cargos de dirección nos hemos dado mañas para erradicar aquello que controvierte ese facilismo: la crítica. Le tenemos pavor a la crítica. La estigmatizamos con el cuento de ser destructiva, habida cuenta que es lesiva y quienes critican son la personificación de ese daño para las inconsistentes estructuras de poder en las que se han posesionado los mediocres. El embeleco de la crítica constructiva y la crítica destructiva no es más que una falacia con la que los mediocres salen al paso de las críticas. Al atribuir a la crítica un significado negativo, de censura, de reprobación y con la exclusiva intención de destruir, se le niega el espacio a quien osa posar de crítico. Y a esta concepción se le ha contrapuesto un sentido contrario positivo, de aprobación y aceptación la crítica constructiva que no es otra cosa que el halago empalagoso, la adulación que en el argot popular se conoce como lambonería: posar de rodillas ante la ineptitud para conservar el puesto o ganar una prebenda. Hasta hace pocos años todos los muros de las ciudades colombianas estaban pintados con letreros que decían. “No critique, actúe”.
La verdad es que la crítica es crítica y nada más. Y, por supuesto, quienes critican son personas inconformes, reformistas, de aspiraciones y de superación. Es la dinámica propia de un ser y de una sociedad en transformación.
Atendiendo a su origen etimológico, la palabra proviene del griego krynein krinein  que significa discernir, juzgar, formular un juicio, valorar. Por tanto, es la descripción objetiva de una realidad o circunstancia, de sus características, componentes, estructura, técnica, y, desde luego, la respectiva valoración, pues quien conoce está en condiciones de emitir juicios de valor, aunque estos juicios sean ya de carácter subjetivo.
Y otro embeleco más. Supuestamente, quien critica, debe dar soluciones. Es otra manera de reprimir a quien critica. Se pretende desconocer que la crítica es análisis de una realidad; es discernimiento, disección de los elementos constitutivos de esa realidad. Consiste en la identificación y señalamiento de un problema y ese es su gran aporte. Las soluciones deberán venir como consecuencia de la acción posterior y, como tal, son posteriores a la crítica misma. Si criticar es señalar un problema, corresponde al estudio y acción posterior encontrar las alternativas o posibles soluciones, pero ese es un proceso diferente, generalmente dispendioso. Otra cosa es que quien critica, por ser versado en la materia, esté en condiciones de ofrecer ideas que sirvan para orientar el proceso de reelaboración de esa realidad. En el mundo de la ciencia, la más de las veces se identifica un problema y por décadas y hasta siglos no es posible dar con la solución. 
Vamos ya para dos décadas que el filósofo inglés de origen austriaco, Karl Popper, le recordaba al mundo académico sobre la necesidad de la crítica, sobre la necesidad de aprender de nuestros errores, y sobre todo de aprender a aceptarlos. Decía que la autocrítica es la mejor de las críticas  y que debemos abrigar un sentimiento de gratitud cuando los demás nos señalan esos errores pues “necesitamos a los demás para descubrir y corregir nuestros errores”, de la misma manera que los demás nos necesitan a nosotros.  Y resaltaba lo bueno que significaba para una sociedad que exista la crítica, que exista gente de ideas distintas, pues sólo así se consigue la tolerancia. (Popper, Karl. Discurso de investidura como doctor Honoris Causa de la Universidad Complutense de Madrid, 1991).
Pero esto no es fácil conseguirlo. La ausencia de crítica en la sociedad  es consecuencia de la carencia de un pensamiento racionalizado. El espíritu crítico no puede surgir ni expandirse en un ambiente de irracionalidad en el que los principales conflictos son generados por un arribismo individualista amparado en dogmatismos de diverso cuño (académico, político, clerical, militar, etc.) que imponen diversas clases de censura como mecanismos de exclusión. La más rampante de estas exclusiones la proporciona una estructura educativa montada para generar una sociedad de analfabetos plenos o funcionales. Además, no puede generarse crítica en un medio social al que se le ofrece diariamente una lectura facilista de la realidad por parte de unos medios de comunicación que compiten por la captación de una audiencia mediante el limitado argumento de la reiteración de lo truculento, las simplezas y el espectáculo de mal gusto.
La crítica, como actitud vital, es producto de la reflexión y del pensamiento. Sólo una sociedad que produce, respeta y valora el trabajo intelectual podrá alcanzar su desarrollo como sociedad a través de la superación de sus individuos. El sistema social, político-administrativo y académico nuestro no solo ignora la crítica sino que la persigue y la estigmatiza. Esta labor de erradicación del pensamiento crítico en la convivencia social, en la moral pública, en la vida política,  empresarial y académica no sólo ha impedido la construcción de una sociedad de empuje y desarrollo sino que ha destruido de manera sistemática los pocos mojones que hombres señeros erigieron en épocas pasadas a costa de su propio sacrificio. Aquí el trabajo intelectual está sometido, a lo mucho, a un sueldo miserable y eso significa que ese individuo no vale nada, que puede ser marginado y desechado a voluntad por quien se sienta afectado por su expresión. El ejercicio intelectual y académico sólo vale para el ocio de algunos magistrados que por lo general cumplen esas funciones ad honorem.
Es tal el grado de sometimiento de la sociedad ante el imperio de los vivos que hasta aceptamos con complacencia y beneplácito la desfachatez con que estos personajes cometen sus acciones dolosas para luego declararse puros, impolutos. La prédica a favor de la viveza es parte del adoctrinamiento social. Veamos algo al respecto.
En el ámbito administrativo, la viveza tiene un tinte muy particular. Al punto que se han consolidado unas normas de comportamiento de incuestionable aceptación y aplicación. Es un trabajo de creación colectiva dentro de la estructura administrativa que ha llegado a ser considerado como el ‘Decálogo del funcionario’, perfeccionado durante décadas y décadas de aplicación continua. Su espíritu pertenece al derecho consuetudinario y son normas de tanta aceptación que circulan inclusive hasta en formatos piratas. Para ilustración de los lectores, extraigo algunas de ellas, respetando las prioridades establecidas, pues en las varias versiones de los decálogos consultados, todos las incluyen en el mismo orden aquí reseñado.  Primero. Derecho de pernada (léase: favores de cama que acredita puesto o ascenso. Nota: ‘Sólo para mujeres inteligentes’). Segundo. Genuflexión diaria. También llamada ‘sentido de pertenencia’. Tercero. (Coincidencialmente hay un borrón en todos los documentos consultados, pues al parecer el cuarto renglón en la lista ha adquirido mayor prestancia en los últimos lustros). Cuarto. ‘Miti-miti’ (indispensable para ministros, alcaldes, gerentes y funcionarios que valoran subastas públicas o de proponentes, licitaciones y concursos de méritos). Noveno. Testaferrato...