lunes, 11 de abril de 2011

Padre Rico, Padre Pobre o del embaucamiento a los pobres... de espíritu

-Versión deformada de Tío Rico y Pato Donald-

Es indiscutible que los expertos en escribir best-sellers manejan unos patrones genéricos, en cuya fórmula son indispensables, entre otros, los siguientes aspectos: unas verdades a medias para darle al escrito visos de realidad, muchas fantasías que estimulen falsas expectativas en los lectores y una prosa liviana con la que llegarle sin mayores reparos a lectores poco exigentes. Son estos los elementos básicos para trabajar la técnica del embaucamiento libresco. Eso, al menos, es lo que se deduce de la lectura del libro Padre Rico, Padre Pobre, de gran impacto editorial en los últimos años.
El texto parece debatirse entre la realidad y la ficción sin lograr configurase en ninguno de los dos campos, aunque con pretensiones de impactar por la pretendida realidad de los hechos que presenta. En ambos casos requeriría de la persuasión de un buen escritor y de la credulidad de sus lectores para darle configuración de verdad o verosimilitud a lo que dice. Lo primero definitivamente no lo logra, pero sus ventas como best sellers  avalan la segunda condición.
No es ficción en tanto que su desarrollo temático contiene  hechos reales de un anecdotario personal combinado con un cúmulo de reflexiones que lo ubican formalmente en el rango del ensayo. Por su tema es uno de esos libros considerados como de ‘autorrealización personal’ o de ‘superación’, dudosa categoría de género, al parecer destinada a ofrecer estímulos a quienes presentan carencias de orden espiritual. Son diez capítulos con un poco más de 200 páginas en las que se exalta la necesidad de educar a los jóvenes hacia la búsqueda de la riqueza mediante una formación escolar centrada en la especialización financiera a partir de la experiencia que tuvo el autor bajo la orientación de un Padre Rico (en realidad el papá de un amigo, pero a quien él considera su verdadero padre), en oposición a la enseñanza que le proporcionaba su verdadero padre, un maestro de escuela, el Padre Pobre.
Pues bien, el libro está concebido bajo el prototipo de los best sellers —los más vendidos— y una de las estrategias que utiliza para lograr este propósito es apoyarse en medias verdades o verdades a medias que le permitan dar a sus planteamientos visos de realidad. Los detalles son ilustrativos.
Tal vez la más notoria de estas verdades a medias sea la disyunción falaz que se establece entre riqueza y trabajo. La pobreza conceptual con que se aborda el tema y la visión ahistórica del autor lo llevan a limitar la posibilidad de adquirir riqueza a la especulación financiera y a su exclusión como producto del trabajo. Bien que sea la más agresiva y rápida forma de producción de riqueza para fines de la vigésima centuria y comienzos del tercer milenio, pero es torpe considerarla como la única valedera y mucho más excluirla de su causa primaria y básica, “pues ningún proceso productivo puede llevarse a cabo sin la intervención del trabajo humano” (Banco de la República. Introducción al análisis económico. El caso colombiano. Bogotá: Banco de la República, 1990, p. 56).  
Si aceptamos que Adam Smith tiene razón cuando afirma que “todo hombre es rico o pobre según el grado en que pueda gozar de las cosas necesarias, convenientes y gratas de la vida” (Smith, Adam. La riqueza de las naciones. México: Fondo de Cultura Económica. 1993, p. 31), estaremos de acuerdo en que este grado de goce o satisfacción no es igual en todos los hombres, pero que hay un cierto nivel básico de riqueza al que todos aspiran llegar y a partir del cual el grado de abundancia determinará que se sea menos o más rico.
Explica Ricardo que hay dos maneras para incrementar la riqueza: “empleando una porción mayor del ingreso en mantener el trabajo productivo —lo que no sólo aumentará la cantidad sino el valor de la masa de mercancías; o sin emplear ninguna cantidad adicional de trabajo, haciendo más productiva la misma cantidad lo cual aumentará la abundancia” (Ricardo, David. Principios de economía política y tributación. Santafé de Bogotá, D.C.: Fondo de Cultura Económica, 1993, ps. 208-209). Significa que si usted limita sus gastos en bienes suntuarios y emplea esos recursos en mayor producción de trabajo, terminará haciéndose más rico al aumentar sus bienes. Y de igual manera, si con su mismo trabajo produce más —al mejorar la técnica, etc.— la abundancia de sus bienes le significará mayor riqueza. En cualesquiera de las dos maneras es su trabajo —independiente de cual sea su modalidad— lo que determinará el nivel de riqueza que alcance.
Una simple mirada a nuestro alrededor permite observar que cada cual puede producir riqueza con su saber y su trabajo. No sólo en inversiones de bolsa o negocios similares. Lo hace el que produce zapatos, al igual que el arquitecto, el pintor o el diseñador de modas. Del problema de negocios se encargan los expertos en negocios, lo importante es que haya talento y oportunidades en su campo profesional. Bien por el señor Kiyosaki, quien —según él mismo lo asegura— hizo riqueza y fortuna con su talento para los negocios. De ser así, significa que además de su talento tuvo los espacios adecuados para desarrollarlo y supo aprovechar las oportunidades que se le presentaron.
Si en algo fallan padres y maestros (la familia y la escuela como instituciones) no es ni mucho menos en la formación que dan —a pesar de los muchos errores que puedan cometer— sino en la poca percepción para captar talentos y estimularlos apropiadamente. La otra deficiencia pertenece a la estructura social no siempre propensa a ofrecer oportunidades reales a los talentosos. No sólo existe ceguera hacia lo que nos rodea, sino sobre todo limitaciones estructurales —el analfabetismo en sus variantes y la aguda estratificación social, por ejemplo— de una sociedad plagada de inequidades en donde unos pocos, por lo general los menos capaces, tratan de conservar a toda costa ciertos privilegios estigmatizando a los espíritus diferentes, lo que impide el reconocimiento y oportunidades al talento. Es la razón principal de lo que dice Kiyosaki con gran acierto: “La triste realidad es que un gran talento no basta. Siempre me sorprende el bajo monto que ganan algunas personas muy talentosas” (Kiyosaki, Robert T., and Lechter, Sharon L. Padre Rico, Padre Pobre. Bs Aires: Time & Network Editions, 2001, pág. 139).
Cosa distinta es el empleo como fuente de trabajo y el hecho de que todas las carreras profesionales tengan un perfil ocupacional. No se necesita ser muy avisado o tener conocimientos especiales para saber que nadie se ha hecho rico trabajando por un salario, aunque de hecho existan profesiones y ciertas modalidades laborales —como las consultorías de alto nivel, por ejemplo— que posibilitan la riqueza desde el empleo. El problema para la mayoría estriba en que los salarios por lo general son tan bajos que no permiten la adquisición en abundancia de artículos necesarios y de lujo. Pues, si bien “el nivel del salario depende de la utilidad que cada clase de trabajo ofrece a la sociedad” (Banco de la República. Op. cit, p. 43.), la creciente polarización económica conduce cada vez más a salarios de hambre que están incrementando los índices de pobreza, sobre todo, en los países en vía de desarrollo.
La lectura del libro deja la impresión que hay especial cuidado en no contraponer riqueza a empleo o salario, aunque sin excluirla del todo. En algunos apartes se hace mención al empleo, aunque por lo general se habla del trabajo cuando se quiere dar a entender el concepto de empleo.
“Nuestro actual sistema de educación se enfoca en preparar a la juventud de hoy en día para obtener buenos empleos” (Kiyosaki, Robert T., and Lechter, Sharon L. Op. cit, p.91).
“Sólo recuerda que es el miedo lo que mantiene a la gente en sus trabajos. El miedo de no pagar sus cuentas. El miedo a ser despedido” (p.37).
Es evidente que es una decisión estratégica destinada a captar lectores, puesto que la gran franja poblacional del mundo está en este rango.
Otro concepto de dudosa veracidad en el que se recrea el texto, plantea que la especialización genera pobreza. Esto se colige de sus propias palabras: “cuanto más especializado sea usted, más atrapado estará y más dependiente será de esa especialización” (p.147). Michael Jordan, “un lanzador de baseball que gana más de 4 millones de dólares al año aunque su coeficiente mental ha sido etiquetado como ‘dudoso’ ”, y Madona, son sus ejemplos favoritos de cómo no se requiere ir a la escuela para hacerse rico, a menos que vaya a una escuela que le desarrolle sus capacidades financieras. ¿Qué decir? Son magníficos ejemplos de personajes excepcionales. Cabe, entonces, ampliar los interrogantes. ¿Cuántas personas tienen las cualidades extraordinarias de Jordan, del estelar lanzador de béisbol de las Grandes Ligas o de Madona? Y en dado caso que las tengan, ¿tendrán la oportunidad de desarrollarlas? ¿Cuántos cupos anuales hay en la NBA o en las Grandes Ligas para ingreso de nuevos jugadores? ¿A cuántos artistas, como a Madona, le invierten las casas disqueras los millones de dólares que se necesitan para convertirlos en las nuevas estrellas de la canción mundial? Y una última pregunta para no alargar más el cuento: ¿A quiénes acuden, por ventura, Jordan, el lanzador de béisbol o Madona cuando se enferman, cuando necesitan vestirse a la moda, construir una casa, invertir su dinero o requieren de un entrenamiento especial? La respuesta es elemental: A profesionales especializados que les cobran miles de dólares por su trabajo. Y esos miles de dólares que ganan los profesionales especializados, al acumularse, se convierten en millones que pueden ser utilizados para ‘gozar de las cosas necesarias, convenientes y gratas de la vida’. De hecho, el mismo autor se contradice cuando expone su caso como de “alta especialización en hacer dinero”.
Pero, sin lugar a dudas, el elemento de mayor realce con el que se construye este best sellers —paquete chileno, made in USA— es la venta descarada de falsas expectativas:
“Si usted cuenta con la educación acerca de cómo funciona el dinero, gana poder sobre él y puede comenzar a generar riqueza” (p.19).
“Si quieres ser rico, tienes que aprender a hacer dinero” (p.24).
“¿Cómo hago yo para ganar millones?” (p.58)
“Le ofrezco los diez pasos que he seguido personalmente” (p.173).
Padre Rico, Padre Pobre lo ayudará... a derribar el mito de que usted necesita tener un ingreso elevado para hacerse rico” (Contracarátula).
Palabra tras palabra, página tras página se le va vendiendo al lector la idea de que si sigue las instrucciones del libro se va a volver rico. Por supuesto, se incluye la inefable fórmula: correr riesgos, desarrollar su coeficiente de inteligencia financiera, bla, bla, bla. Y no es difícil suponer que es perfectamente factible hacerse rico en las condiciones que plantea el autor puesto que de entrada ya usted como lector tiene una parte — la mitad de la fórmula–: el Padre Pobre que tiene o que tuvo. Y Kiyosaki, ¡oh ventura!, aporta la otra mitad: él es el padre rico, su nuevo Padre Rico.
Tal vez no sea descabellado pensar que el verdadero éxito financiero de Kiyosaki sólo se haya presentado a partir de la compra de sus libros por parte de los miles de pobres que aspiran a hacerse ricos con sus consejos. Bien por él, que alimentando ilusiones de pobres se haya convertido en rico o al menos en un rico más rico. Dicen que alimentar ilusiones no hace daño, como también que ‘soñar no cuesta nada’. Bueno, en este caso sólo los cuarenta y cinco mil pesos que vale el libro de Kiyosaki. Un sueño barato, de pobre, apenas para los que tienen espíritu de pobre.
Y de contera, esta venta de falsas expectativas trae un valor agregado: el despojo de la valoración de la condición humana:
“Él sabía que el alma de cada ser humano tiene un punto débil y lleno de necesidades, que puede ser comprado” (p.42)
“Bien, dijo padre rico suavemente. Casi todas las personas tienen un precio” (p.42)
“Podía ver cómo sería el futuro si seguía el consejo de mi padre académico” (p.106).
“Una parte de mí es un capitalista acérrimo que adora el juego del dinero ganando más dinero” (p.149)  
Es deprimente la exaltación a priori que se hace del dinero estimulando a los jóvenes hacia una búsqueda obsesiva y desenfrenada, despojándolos de cualquier valoración de la condición humana. Es el llamado capitalismo salvaje que destroza cualquier atisbo de humanidad en un niño de 9 años para convertirlo en una máquina de hacer dinero a costa de lo que sea. Se le enseña a ‘comprar’ a la gente por una suma de dinero. Se le enseña a menospreciar los valores que encarna su propio padre y su proceso de formación. Se le enseña que no hay más dios que el dinero. ¿Hay, acaso, alguna diferencia marcada con quienes utilizan otros medios menos ortodoxos para conseguir dinero como la corrupción, el narcotráfico o las diferentes modalidades de crimen y terrorismo? ¿No son estos, por coincidencia, los medios más expeditos para quienes no tienen las mismas ‘capacidades financieras’ del autor (léase, por ejemplo, las ‘clases dirigentes’ de América Latina), pero sí igual ambición porque “(el dinero) es atrapante. Es impresionante y es divertido” y —sobre todo— porque “el dinero es poder”.
Es imposible, pues, no sorprenderse, ya a mediados del libro, al saber que el autor es maestro. Ni más ni menos que maestro. ¡Válame Dios!, como diría Sancho ante los despropósitos de quienes como su amo, no ven e ignoran los molinos de viento “por llevar otros tales en la cabeza”.
La familia que popularizó Walt Disney compuesta por el millonario avaro Rico Mc Pato —el tío rico—, por el pato Donald —el tío pobre— y los sobrinos Hugo, Paco y Luis que viven todos en función de su familiar poderoso es replicada sin variantes significativas por Padre Rico, Padre Pobre. No obstante, a pesar de ser una copia empobrecida al carecer del encanto con que revistió Disney sus personajes, sí conserva la evidente carga de desnaturalización social que implica el desprestigio a los ojos del hijo de la autoridad del padre, la exclusión del amor para darle paso al odio social —desde su familia natural—, la relación comercial sin limitantes de ninguna especie y la tiranía del dinero. La relación paternal suplantada se copia incluso en sus mínimos detalles y así el supuesto nuevo rico debe aprender a realizar las obras de caridad con que los ricos maquillan su imagen y de paso obtienen nuevos beneficios (El Club de mujeres de Patolandia siempre realiza obras sociales). Kiyosaki, en sus consejos, no pasa por alto este importante aditamento del rico: “Mi padre rico daba dinero, así como también educación. Él creía firmemente en esto. ‘Si quieres algo, primero necesitas dar’, decía siempre. Si se hallaba corto de dinero, él simplemente donaba a su iglesia o a su organización de caridad favorita” (p.194).
Ya para terminar, vale la pena resaltar que no son de poca monta las limitaciones estructurales que presenta este discurso que pretende revestirse de sencillez para acceder a un público de masas. Sólo que la sencillez en materia de escritura como en todas las actividades complejas del ser humano es una consecuencia natural que proviene del dominio que se tiene del arte, no de las limitaciones. Este texto es un ejemplo patético de cómo la forma se adecua al contenido. Una prosa vana e insulsa, con inconsistencias de forma — (“Un cobrador lo llama y usted paga por que si no...” –sic-), supuestamente de ‘superación personal’ para quienes a diario necesitan que se les diga qué hacer, en qué creer y hasta cómo hacerle el amor a su pareja. Son fantasías sólo válidas para espíritus poco aterrizados en su realidad. Y para el caso nos viene a la memoria la anécdota que contaba el Nobel español Juan Goytisolo de un anciano conde que gustaba dar vuelo a su fantasía sexual enamorando a las jovencitas de la corte. Y quienes crean que Padre Rico, Padre Pobre en verdad los ayudará... a hacerse ricos, más pronto que tarde se darán de bruces, como el conde de marras, con una marquesita que con franqueza y donaire, los aterrizará en su cruda realidad:
“¿Y qué importa señor Conde
que yo tenga por dónde
si usted no tiene con qué?”