lunes, 6 de junio de 2011

De la viveza como cultura dominante II

Todas las estructuras sociales están diseñadas para reproducir la mediocridad

No es fácil, hablando de la viveza, condensar en unas pocas líneas el amplio espectro de matices que la práctica social ha construido durante varias generaciones hasta llegar a darle un sesgo ideológico y convertirla en cultura dominante. De aquellos pocos individuos que de manera aislada, pero cargados de ideas, emociones e ingenio, comenzaron a transgredir el comportamiento social y estatal convencional haciéndole un esguince a lo legal, se ha pasado a una conciencia colectiva en cosa de unos de sesenta o setenta años.
Cuando en los años 50 ya Alberto Lleras nos catalogaba como “¡País de avivatos!” y hablaba de este espécimen social como “picarillo inocente”, seguramente no vislumbraba que unos cuantos lustros más adelante se convertiría el azote de la sociedad y, mucho menos, que su propio invento —el Frente Nacional que él mismo ayudó a crear– sería la herramienta propicia para que la clase política la convirtiera en el nido de donde saldrían los personajes más corruptos de la historia reciente del país y quienes irradiarían desde los más altos estrados del poder, a todos los ámbitos, la cultura de la viveza.
Así que, en la actualidad, el panorama es muy diverso. Unos cuantos ejemplos pueden servir para ilustrar un poco las dimensiones que ha alcanzado el fenómeno: La democracia colombiana se sustenta en unas elecciones que no pasan de ser ferias de compra-venta de votos a cambio de favores o dinero / Los ganadores de las licitaciones de obras públicas pactan previamente con los funcionarios que otorgan esos contratos entregarles el 15% del valor neto de las obras como contraprestación / Un ministro de Estado regala a los terratenientes más ricos del país miles de millones de pesos del presupuesto nacional como supuesto estímulo agrícola, que posteriormente éstos le compensan con votos para su campaña presidencial / Decenas de jóvenes humildes son asesinados cobardemente y luego presentados como guerrilleros muertos en combate, para cobrar estímulos económicos y gestionar ascensos / Al menos la mitad de los congresistas colombianos son elegidos con dineros del narcotráfico / Los hijos del presidente de la república compran terrenos a bajo costo que luego se convierten en Zonas Francas, incrementando en miles de millones su precio comercial / Uno de los grupos financieros más poderosos del país exige a sus funcionarios rendimientos altos “no importan lo que tengan que hacer para alcanzarlos”, y así el engaño se vuelve cultura institucional.
Estas acciones las han adelantado sus gestores en el ejercicio de los más altos cargos de dirección del país. Y no son hechos aislados, más bien permanentes. La firma de cientos de contratos y asignación de licitaciones en las últimas horas de todas las administraciones públicas no tiene otra finalidad que aprovechar la coima que le corresponde a quien firma. Son, además, personajes aclamados y reelegidos por amplios sectores de población que entregan su apoyo incondicional, unos porque derivan la estabilidad laboral y el sustento de sus familias del padrinazgo que ejercen estos líderes con su influencia política y administrativa, y otros porque también ejercen un liderazgo menor en vivezas, a la sombra del mayorazgo, que les genera ganancias pingües. La lengua de las gentes dice que esta sombra es la que protege al contrabando, la piratería y el robo de autos, instalados de tiempo atrás como rubros significativos para la economía nacional. No de otra forma se justifica que la venta de los productos de estas acciones ilícitas haya derivado hacia un mercado formal con alta generación de modalidades de empleo acogidas como alternativas sociales y económicas en las estadísticas oficiales bajo la denominación de ‘economía informal’.
Es, pues, evidente, que frente a la incapacidad para generar riqueza por los medios convencionales, se opta por el atajo que proporciona la viveza. Se deja de lado la legitimidad y se aprovecha la ventaja que proporciona el poder para cometer el acto artero en beneficio propio, creando de paso una deslegitimación del poder. Sin embargo, el prestigio simbólico adquirido por la acumulación de capital, que permite un nivel de vida alto y un derroche en eventos públicos, supera con creces cualquier referencia ocasional a la forma fraudulenta como fue adquirido ese capital y sirve para instaurar y legitimar un espacio de dominación social.
Hay varios hechos que sobresalen y caracterizan este comportamiento social: 1. Que es ejecutado y promovido desde las altas esferas del poder; 2. Que sus ejecutores son miembros de la clase política dominante (grupos conservadores-liberales tradicionales); 3. Que la intencionalidad primaria es la apropiación, directa o por interpuesta persona, de millonarias sumas de dinero o de beneficios equivalentes, por medio de mecanismos no convencionales; 4. Que con este dominio económico se procuran los medios para mantenerse en la cúspide del ejercicio político.
Pues bien, estos elementos hacen parte sustancial de lo que para Bourdieu constituye un campo estructurante de la vida social: “la existencia de un capital común y la lucha por su apropiación”. (Bourdieu, Pierre. Cuestiones de sociología. Edit. Akal, 2008). Pero en este caso, el capital común acumulado de conocimientos, habilidades y creencias se deja de lado y se opta por “la estrategia de la subversión, de la herejía”, que proporciona la riqueza adquirida por medio de la viveza. Al luchar por el poder político con estos medios ilegítimos se pretende el mantenimiento de las cuotas de poder, la perpetuación de la imposición y de la hegemonía sobre los otros grupos dominantes previamente constituidos.
En esta lucha entre miembros de la clase dirigente por el poder político se pone en  evidencia el menosprecio consciente hacia los valores que sirven de sustento a la sociedad. Aquellas acciones dolosas que en un principio eran propias de personajes de baja condición social son ahora patrimonio de la aristocracia criolla pero en defraudaciones multimillonarias. Los 'niños de bien' dejan de lado la hipocresía tradicional y optan abiertamente, sin recato alguno, por el bochornoso camino de soslayar la norma ética y legal con tal de alcanzar “el interés y la bajeza de las satisfacciones materiales” que eran atribuidos de manera arbitraria como patrimonio exclusivo de las clases populares.
Hay que tener en cuenta que este comportamiento no es gratuito pues tiene su cuna en el habitus. El término hace referencia a la categoría elaborada por Bourdieu para explicar "cómo los individuos interiorizan formas de pensar que posteriormente se transforman en comportamientos a partir de un sistema de hábitos sociales configurados a su alrededor desde la infancia". Esto es, son formas de pensar alimentadas en el seno de la familia, de la clase social y de la sociedad en general.
Por tanto, es una forma de pensar que viene de tiempo atrás, tras un largo proceso de gestación. La construcción del pensamiento social encarna en las acciones de los líderes de la sociedad, quienes lo legitiman con su práctica, lo que hace posible que sea percibido, valorado y aceptado por el conglomerado social, que lo reproduce en sus nuevos comportamientos.
Ahora, como la construcción y legitimación del pensamiento social es un proceso continuado durante generaciones, que es llevado a la práctica por la clase dirigente, en esa misma secuencia necesariamente se va modificando el orden jurídico para adecuarlo a las nuevas necesidades de los grupos dominantes. Así, con la imposición de la cultura de la viveza se ha ido configurando de manera paulatina una tendencia hacia un nuevo tipo de Estado, paralelo al Estado de Derecho, lo que le ocasiona a este último permanentes crisis de legitimidad. Eso, sencillamente, porque si el dominio social y el dominio del Estado queda en manos de los vivos, es claro que no puede haber ni equidad ni ley, lo que no puede ser aceptado en un Estado de Derecho. Porque, de ser así, la ley y la justicia se convierten en algo formal, que si bien está formulada en los códigos, sólo se aplica según las conveniencias. Por lo tanto, una sociedad con esta impronta, en donde impera la voluntad del más vivo, la ley queda relegada para los tontos, para los indefensos, para ‘los de ruana’.
Si hacemos un ejercicio sencillo y le preguntamos a cualquier ciudadano colombiano que para quién considera que es la ley en nuestro medio, la inmensa mayoría de los encuestados, poniéndose la mano en el corazón, deberá responder que para los tontos, para los indefensos, para ‘los de ruana’. Y sin entrar en honduras legales, los más versados hablarán de un sistema penal especial montado sobre una serie de sofismas para engañar a la sociedad como ‘vencimiento de términos’, ‘casa por cárcel’, ‘detención en casas fiscales’ y ‘rebaja de penas’, todas, figuras legales al servicio de la viveza.
De otra parte, en nuestro medio no existe un liderazgo social de probidad. Los hombres probos de gran reconocimiento social fueron avasallados y están al margen de la sociedad. En las nuevas generaciones no hay ningún tipo de oportunidad —ni social ni profesional– para quien opte por una posición ética, sin que tenga que claudicar con el acostumbrado silencio cómplice. Y una sociedad sin oportunidades para sus nuevas generaciones es una sociedad fracasada. Queda a expensas de los vivos, de los mediocres.
Queda claro con lo ya expuesto que la estructura política ha sido la punta de lanza para el imperio de los vivos y la mediocridad. Partamos de ese sentir profusamente difundido en nuestro medio según el cual para ser político y triunfar en la política hay que ser falso, pícaro y corrupto. Esto es una aberración como concepción estructural de la política dentro de cualquier sociedad y la desfachatez con que se difunde como motivo de orgullo de la clase política, muestra su degradación e iniquidad. Es una verdad de Perogrullo que aquí no existen partidos políticos sino  grandes camarillas que se reparten el país, lo ferian y desbarajustan a su acomodo. Sin excepción, todos los que han ostentado la dirección del Estado desde el llamado Frente Nacional hasta el presente montaron su gestión pública de éxito político, social y económico sobre esta perniciosa concepción, ya sea por acción directa o por medio de su séquito. La ratificación de ese actuar delictivo soterrado queda plasmado en esas frases lapidarias que terminan enmarcando toda una gestión de gobierno: “fue a mis espaldas”,  “yo no sabía”, “no me corresponde vigilar”...
El carpe diem latino, acuñado por Horacio en una de sus odas inmortales, es una exhortación a no dejar pasar el tiempo ni las oportunidades que ofrece el momento presente. Una concepción generalizada de esta idea plantea de una manera llana que hay que aprovechar las oportunidades que ofrece la vida. Y otro matiz predica que cada quien tiene su cuarto de hora. Desde luego, la vida no está para ir por ahí a la bartola dejando tiradas las escasas oportunidades que se nos presentan. Indudablemente, hay que aprovecharlas. Sin embargo, el ser racional está en capacidad de sopesar la validez que tienen como tal. La cultura de la viveza ha consignado también su versión al respecto y desde los mismos peldaños del poder se ha generado una visión pragmática de las oportunidades en coyunda con el beneficio personal. Para eso se busca el poder. Para eso tenemos una democracia sui géneris sustentada en la compra de los que eligen, en la compra de los elegidos y en la compra de quienes supervisan a los elegidos. El círculo perfecto. “¡Poderosa razón es don Dinero!”, decía Quevedo. A ese marco de referencia quedan sujetas todas las oportunidades.
Ahora bien, en una estructura social dominada por los vivos la razón de mayor validez es el dinero. Sí, de acuerdo, “¡poderosa razón es don Dinero!” El dinero es tal vez la fuerza más avasalladora de la criatura humana, pero también la más destructora. He ahí la diferencia entre el fin y el medio. ¿Cuáles son acaso las razones de quienes hacen uso de ‘su oportunidad’ saqueando las arcas del Estado? La corrupción es la abierta imposición de la cultura del vivo, y no es otra cosa que la carencia de un fundamento ético en el individuo y en el colectivo social que lo estimula. En nuestro caso está estrechamente ligado a una mentalidad utilitarista sin ningún tipo de diques morales. La secuencia causal se origina en la violencia política y administrativa ejercida desde la dirección del Estado, germen, principio y fin de la descomposición social que presenta actualmente el país. La expoliación de las clases medias y humildes por parte del sistema como la captación de crédito forzado oneroso tipo Upac o la pauperización de los salarios– que genera lucro en gran cantidad para sectores privilegiados, termina por arrasar cualquier conducta moral y aniquila cualquier tipo de escrúpulos tanto en el expoliador como en el humilde ciudadano expoliado. Porque la viveza como elemento estructural– surge y se nutre de la injusticia de una sociedad que le niega sistemáticamente oportunidades verdaderas a sus ciudadanos y obliga a sobrevivir recurriendo al acto artero que genera inmediata y efectiva retribución.