lunes, 4 de abril de 2011

Consejos a escritores jóvenes de boca de Goethe

El genio alemán le confió a Eckermann los secretos de escribir bien. Quedaron registrados en Conversaciones con Goethe. La experiencia de una vida entregada a la belleza en fórmulas claras y prácticas.

Desechar trabajos muy extensos que pretenden ser grandiosos, no someterse a exigencias de los demás y emplear toda la fuerza para sacar adelante una idea, son algunos de los consejos que dio Goethe a los escritores jóvenes, por boca de su confidente Johann Peter Eckermann.
Goethe considera que por falta de guía y acatamiento a consejos de los viejos, muchos poetas han desperdiciado sus energías. “A nosotros los viejos -dice- puede perdonársenos los errores, porque no encontramos los caminos desbrozados. Por eso debe exigírsele mucho más a quien ha llegado después al mundo. No podemos admitir que vaya tanteando y errando, sino que está en la obligación de aprovechar el consejo de los viejos y, por lo tanto, a tomar derechamente el buen camino”.
Del texto de Eckermann hemos extractado la sustancia del pensamiento de Goethe, transcribiendo sus apreciaciones sobre su obra y experiencia.
“El poeta debe luchar por procurarse la mayor diversidad de conocimientos, pues el mundo entero es la materia prima que él ha de saber tratar y expresar (…) Pero una cosa es el concepto y otra la actividad vital.”

Concentrarse
Goethe insiste en la conveniencia de adquirir formación sólida; para ello acoge el decir según el cual  “es deseable la educación conjunta de todas las facultades humanas”. Aclara que es necesario tener en cuenta que todo oficio requiere para la consecución de obras maestras, el sacrificio de toda una existencia, resaltando la diferencia entre la formación (educación) y la actividad vital.
Eckermann ejemplifica este pensamiento con la vida del poeta y enfatiza que Goethe “procuró adquirir los conocimientos más variados; pero se limitó a una sola actividad: se ocupó de un arte y lo trató como maestro consumado: el de escribir bien en alemán”.
Sin embargo, el propio Goethe reconocía sus errores: “he perdido demasiado tiempo -me dijo una vez- en cosas que no pertenecían a mi oficio”. Y se reprochaba el no haberse dedicado a su verdadera profesión, único medio para adquirir calidad y grandeza en una actividad.
A propósito de los vastísimos límites de las ciencias, el tiempo que requieren y la imposibilidad de abarcarlas, dice: “quien es discreto, rechaza todas estas seducciones de dispersión, y limitándose a un solo sector, procura trabajar en él como bueno”.
 “Emprenda temas buenos y sencillos, siempre de primera mano, recientes, lo que se le presente a diario, y no dude que obtendrá un resultado excelente, y cada día le traerá un nuevo gozo”.
Asegura  que la captación diaria del presente le permitirá elaborar con frescura las emociones que se presentan al espíritu y de seguro se producirán cosas excelentes y si algún día no resulta nada, ello no irá en desmedro de los demás escritos.
 “Guárdese de trabajos demasiado largos”.
Este -nos dice- es el enemigo que acecha permanentemente a los mejores talentos. Las obras monumentales usualmente son defectuosas porque el poeta no domina todos los elementos y por lo tanto el conjunto parecerá defectuoso, destruyendo así las partes buenas y los grandes logros que posea en algunos pasajes.
Una obra extensa requiere de una visión múltiple y en cambio los motivos pequeños pueden llegar a conocerse más y a dominarse.
 “Desearía ponerle especialmente en guardia contra el prurito de hacer sensacionales descubrimientos por sí y ante sí”.

Propio y ajeno
En estas obras se pretende dar una visión personal del mundo, la cual raras veces está madura en la juventud. Además, agota el espíritu para producciones ulteriores por la exigencia prematura, sin dejar de lado el desperdicio de tiempo aun en el supuesto de que se culmine el trabajo. Es conveniente desechar la preocupación de lo grandioso.
 “Aconsejo temas que han sido tratados ya”.
Cada autor los expone a su manera según su visión y su temperamento. Y enfatiza: “Cuántas veces no se ha tratado el de Ifigenia, y, no obstante, todas son diferentes”.
 “Se habla constantemente de originalidad (…) Nuestro verdaderamente sólo tenemos la energía, la fuerza y la voluntad. Si yo enumerara cuánto debo a mis grandes antecesores y a mis contemporáneos, quedaría muy poco que anotar en mi cuenta”.
El mundo actúa sobre nosotros desde el momento de nacer hasta que terminamos la vida. Esto es universal. Nuestras grandes ventajas emergen precisamente de la influencia en nuestro espíritu de una ilustre personalidad.
Hay que aceptar que esta influencia y la inclinación a aprender sólo la aceptamos de aquellos a quienes queremos y que están de acuerdo con nuestra manera de ser.
El talento se debe utilizar para crearse un público propio, ajeno al de los maestros de quienes hemos recibido influencia. Y sentencia: “Quien no cuente con tener un millón de lectores, no debe escribir ni una sola línea”.

No divagar
El mundo es tan rico y la realidad tan diversa que de seguro existirá profusión de temas. Pero deben ser temas dados por las circunstancias, por una realidad determinada y no cazados al vacío. “Todas mis composiciones son poesías de circunstancias: fueron inspiradas por la realidad y en ella tienen su fundamento y su raíz”.
La realidad, pues, debe dar el motivo y la misión del artista consiste en convertirlo en algo lleno de belleza y de vida por muy falta de interés poético que parezca.
 “Existen pocos hombres que posean fantasía para imaginar lo real”.
Sin embargo, muchos escritores “se complacen en divagar por extrañas regiones y situaciones” adornadas por su visión fantasiosa, y otros se aferran a lo real contemplando así una visión limitada.
Para lograr el efecto poético se requiere talento y amor para trasladar la emoción que ha podido inspirarnos esa realidad.
Para aquellos que poseen cualidades, pero les falta el amor, Goethe les recuerda las palabras del apóstol: “Y aunque yo hablase con lengua de hombre o con lengua de ángel, si no poseyese el amor, no sería más que metal vibrando, o una campanilla tintineando”.
Hay que persistir en la observación para captar los detalles: reunir los detalles y en especial “sorprender la parte característica”.
No hay que temer al esfuerzo. Es preciso investigar sin descanso la experiencia propia.
En este sentido hay que tener en cuenta que “la propia vida del arte” lo constituye la captación y expresión de lo particular, de lo individual. Quien logra esta representación individual ha alcanzado el grado más alto. “Mire: mientras nos mantenemos en lo general, podemos ser imitados, pero en lo particular y personal nadie logrará remedarnos. ¿Por qué? Porque nadie puede haberlo vivido como lo hemos hecho nosotros”.

Lo propio
Lo particular siempre implica un elemento general. Además, si este elemento particular es sano y rico de contenido, necesariamente revela lo general.
 “La verdadera fuerza y eficacia de una poesía radica en el asunto, en el argumento”
 “El conocimiento del mundo es innato en el verdadero poeta y para descubrirlo no hace falta mucha experiencia ni gran observación”.
Si no lleváramos internamente ese mundo, toda investigación y afanes serían vanos, pues no podríamos observar lo que está fuera de nosotros por mucho que permanezcamos con los ojos abiertos.
Esta observación la hace a propósito de aquellos talentos inferiores que sólo procuran el beneficio económico como propósito, lo que les impide crear obras realmente grandes y no encuentran placer en el trabajo. A diferencia del verdadero talento que alcanza plena realización durante su labor creadora.
 “Cuanto más se acercan los escritores a ciertas escuelas filosóficas, tanto peor escriben”.
Plantea que la especulación filosófica perjudica en general a los escritores porque se penetran de elementos ininteligibles que “ahogan toda galanura de expresión”. Por el contrario, aquellos que enfocan el lado práctico suelen escribir con habilidad y perfección.
 “Por lo general el estilo de un escritor es fiel trasunto de su mundo interior; si alguien quiere escribir con claridad, que vea antes claras las cosas en su espíritu, y si quiere tener grandeza en el estilo, ha de procurar primero tener grandeza en el alma”.
El estilo literario plantea una manera de ser. Los ingleses suelen escribir muy bien porque son y dan preferencia a las cosas reales. Los franceses confirman en su estilo el carácter social y la permanente atención al público, al cual se dirigen con claridad y se esfuerzan por seducir con la gracia de su dicción.
Sobre los trabajos terminados,  Goethe conceptúa “por lo general, una obra terminada ya me deja bastante indiferente. No me ocupo más de ella y sólo pienso en algo nuevo”. (Técnicas de Escritura, 2ª edición).