lunes, 25 de abril de 2011

Notas para una semiótica del calvo

Si hay un personaje que genere un comportamiento singular en la sociedad ese es el calvo. Parece como si una mala jugada del destino y no una predisposición genética los indujera a inventarse mil maneras de pretender hacer invisible a los ojos de los demás esa molesta, y por demás evidente, carencia de pelos en gran parte de la cabeza. Y en ese empeño cada uno hace gala de sus más notorios rasgos de personalidad.
En un diciembre pasado me encontraba en familia haciendo compras en un supermercado de cadena y mientras tomábamos un refresco en la cafetería nos entreteníamos observando cómo se acicalaban quienes pasaban frente a un espejo de cuerpo entero, ubicado en un lugar cercano a nosotros. Al momento notamos que la mayoría de los vanidosos atraídos por el espejo eran hombres calvos de edad variada. Por lo general se miraban de pasada como reafirmándose en su arreglo personal, pero algunos se paraban mirándose con detenimiento y otros hasta sacaban su peine para un retoque fugaz. Lo curioso era lo poco que en realidad tenían para arreglarse. Uno que tenía la cabeza salpicada de una pelusa mona y rala como de recién nacido se la sacudía a lado y lado con un tic nervioso mientras se pasaba insistentemente la mano izquierda despejándose de la frente una gran melena ficticia. A otro, de cabeza lustrosa, le salía de la nuca un mechón largo y engominado de unos veinte pelos, a lo sumo, que se posaba en espiral en la parte superior de la cabeza y asomaba a la frente, pero como la espiral de pelo engominado se le movía al caminar el espejo le ofreció la oportunidad de reubicarla con el peine, misión bien difícil de lograr. También llegó uno con un promontorio de pelo sobre la frente como una isla en la calva pronunciada y su afán consistía en intentar esparcir, de manera infructuosa, el mechón a lado y lado de la cabeza. El más insistente en el arreglo tenía un semicírculo de pelo que bordeaba la cabeza de oreja a oreja y su vano empeño consistía en intentar cubrir, con los cabellos más lagos, la parte superior de la cabeza. Pasaron dos rapados, pero ninguno de los dos se detuvo, aunque, como todos los que eran sorprendidos por el espejo, se echaron un vistazo fugaz.
Por lo visto en el supermercado, es claro que entre un calvo y un peine hay un vínculo entrañable y que mientras haya al menos la ilusión de uno que otro pelo para peinar, se mantiene la obsesión por el objeto que lo modela al gusto o interés de cada uno. Según parece, es el instrumento apropiado para desarrollar con eficiencia la acción de ocultamiento que incita la calvicie. Porque ésta se asume ante los demás como desnudez y el poco pelo de que se dispone ya no tiene como fin primordial un arreglo especial propio de esa coquetería característica de cada persona, sino cubrir lo que está al descubierto, la incómoda y lustrosa calva, en un acto repetitivo y por demás infructuoso que de paso pone en evidencia un rasgo pronunciado de personalidad.  
Bien anotaba el semiólogo Umberto Eco que en la vida en sociedad «todo es comunicación», pues el hombre llena todo lo que está a su alrededor de significados, incluido su propio cuerpo. Y el pelo es una característica física que puede ser programada culturalmente. Entre otras cosas, hace parte de la moda y, como tal, de los cambios frecuentes que se operan en ésta. El pelo largo, se sabe, fue símbolo de rebeldía en la década de los 60 del siglo pasado y, en la actualidad, todavía es utilizado con esa connotación en algunos casos, aunque ya de manera atenuada debido a la gran influencia que tiene la moda.
Es indiscutible que el aspecto físico irradia un mensaje y el arreglo del cabello es uno de los elementos más impactantes de ese mensaje. Los significados se han incrementado. Si se lleva el pelo desgreñado es suciedad, desaseo. También el cabello desgreñado indica que la persona ha sido maltratada. Un corte y peinado varonil ratifica que efectivamente se es un varón y su contraparte genérica, la mujer, acostumbra el pelo largo. Esto ya no es tan absoluto, porque ahora quien usa el cabello largo bien puede ser un muchacho o un viejo estacionado en su tiempo de juventud. Por eso hay que mirar bien para no incurrir en deslices o situaciones desagradables.
En el sugestivo mundo de la comunicación no verbal el pelo es un elemento corporal erótico y como tal envía un mensaje de clara connotación sexual. Tanto mujeres como hombres lo utilizan como forma de coqueteo. De ahí los patrones con que se trabaja la imagen en los salones de belleza a través del arreglo del peinado.
Pero tal vez la primera y más dominante característica del cabello es  su asocio con la juventud y las connotaciones de vejez que conlleva la caída del mismo. Y, por extensión, la consecuente pérdida de potencia sexual en los hombres, asociada a la imagen de vejez.
Así que el empeño y obsesión de los calvos con sus tres pelos tiene una clara intención comunicativa. La intención no es, por supuesto, la de protegerse la cabeza sino la de indicar que se es todavía joven; la de reafirmar socialmente su pertenencia al grupo de los varones que conservan su plena vitalidad sexual.
Así las cosas, la escasez de pelo en la cabeza y el comportamiento típico que deriva de ello pasan por lo pronunciado del área afectada, lo que llevaría a una especie de tipología del calvo. Desde mucho tiempo atrás unas entradas profundas en los costados de la frente hacia la cabeza han significado madurez e inteligencia. En este caso se hace referencia a una calvicie leve que reviste de cierto aire de intelectualidad y, por eso mismo, una vez alcanzada la resignación, se lleva con dignidad y en algunos casos —en aquellos que creen tener méritos para esa intelectualidad hasta con ostentación. Recuerdo a un viejo amigo sociólogo él, quien a sus escasos treinta y tantos años cuando alguien lo molestaba con un insistente: «Otto, te estás poniendo calvo»,  replicaba ostentoso: «Mano, el  burro se pela por donde trabaja».
Pero en esencia, hay dos elementos fundamentales en el ámbito social en cuanto a la valoración del calvo, como son: su aspecto físico y las connotaciones psicológicas que le sobrevienen por su condición de tal.
En lo referente al físico, cuando se pierde el cabello también se tiende a perder una parte de la buena presencia física. El cabello, de por sí erótico en alto grado, es a la vez símbolo de frescura y vitalidad, elementos éstos que contribuyen en gran medida a la buena presentación. Así, una cabeza desvencijada se asimila por analogía a esa precariedad física que es propia de la vejez, etapa de la vida en la que se acumulan las pérdidas de elementos vitales. Por eso, cuando se pierde algo natural del cuerpo se pierde también parte de esa energía propia de la vida plena. Esto se hace evidente de manera externa en los casos muy usuales de una cabeza con unas cuantas mechas largas y desgreñadas, lo que ya, desde luego, tiene mucho que ver con la presentación personal.
En cuanto a las connotaciones de orden psicológico, éstas están relacionadas sobre todo con la autoestima y creencias atinentes a la potencia sexual. Son, por lo general, especulaciones a las que se les da un alto grado de credulidad. ¿Tienen todos los calvos complejo de calvo? Es muy difícil sustraerse de él. En parte porque la evidencia de la calvicie se hace notoria sea cual sea el aspecto exterior del cual se revista la persona y es un factor de valoración social a primera vista. Esto tiene consecuencias contundentes en la autoestima de la persona, sobre todo cuando todavía está en edad de merecer’, como dicen las señoras, ya que la merma en la autoestima parece que afecta mucho más a los galanes conquistadores. Porque es indiscutible que el prototipo de hombre joven y guapo, conquistador y de gran encanto personal, no va muy a tono con una cabeza cuya frente se alarga casi indefinidamente hasta el cogote.
Sin embargo, en un rápido sondeo a la opinión femenina al alcance de la vista, hay consenso en que definitivamente sí hay calvos atractivos: los que tienen toda la cabeza pelada. «Por presentación se ven muy chéveres», dicen ellas. La historia del cine recuerda actores con cabeza rapada de otrora reconocido éxito universal como Yul Brynner y Kojak. Esta aceptación femenina lleva a muchos jóvenes a adoptar la cabeza rapada como moda. No es del caso incluir a miembros de grupos políticos o religiosos que son inducidos a rapadas parciales o totales.
En cuanto a la supuesta pérdida de potencia sexual, éste es el campo de mayor especulación por razones económicas. No hay que olvidar que la actividad sexual está vinculada de manera directa a una predisposición mental y que cualquier sugestión en este sentido puede efectivamente limitar a un individuo que sea propenso a ello. No se necesita, pues, ser muy avisado para vislumbrar que esta creencia tiene mucho que ver con el negocio de los remedios para la calvicie.
Tantos calvos pasaron aquella tarde por el espejo del supermercado que asombra pensar en lo difundida que está la calvicie paseándose a sus anchas por un mundo lleno de estrés y de productos químicos, con los andrógenos haciendo mella en la población masculina. Una población cada vez más creciente que consume remedios de toda clase con la ilusión de ver renacer la perdida cabellera y con ella un nuevo amanecer de imagen más galante. Un negocio pulpo para quienes lo explotan.
Un reciente descubrimiento científico de la Facultad de Medicina de la Universidad de California, en Los Ángeles, ha mostrado resultados positivos en el desarrollo de los folículos pilosos con el uso del fármaco minoxidil, que hace que el pelo dure más en su sitio. Una verdadera esperanza para quienes vemos preocupados, cada vez que pasamos frente a un espejo, cómo las entradas de nuestra cabeza avanzan y avanzan de manera incontrolable. Estaremos pendientes. No en vano se dice que la ocasión la pintan calva.