lunes, 15 de agosto de 2011

De lecturas y exigencias II

Entre otras muchas, tal vez la más significativa de las características intelectuales del nuño, que la edad adulta aletarga en la mayoría por diversos factores, es la necesidad permanente de conocer cosas nuevas. El niño lo evidencia en su máxima expresión, frente al conocimiento de las letras y de la lectura en general. El proceso de aprendizaje le significa esfuerzo y sacrificio, incluso entregar algunas lágrimas como preciosa moneda de cambio en momentos de angustia e impotencia, pero ¿quién no recuerda la alegría y felicidad del nuño que finalmente puede ostentar ante todos que ya sabe leer?
¿Acaso en la mirada de cada uno de nosotros no ha brillada siquiera alguna vez la chispa de la admiración y del orgullo propios cuando descubrimos luego de un proceso arduo y difícil, la luz del entendimiento, el nuevo conocimiento que nos hace sentir más crecidos, algo diferente a los demás y, en suma, algo que lleva a considerarnos, no siempre con objetividad, un poquito más inteligentes. Es esa misma sensación que arde y nos abraza cuando descubrimos un secreto y todo por dentro nos impulsa a contarlo, a decirle a los demás lo que hemos descubierto, porque en ese decir se plantea algo nuevo para nosotros y para los demás y nos convierte en depositarios de saberes exclusivos, en protagonistas del mundo.
¿Recuerdan ustedes la historia del peluquero del rey Midas? No vayan a pensar que eso de que los peluqueros son chismosos son cuentos de ahora. No, esa es una vieja tradición a la que nuestros contemporáneos rinden merecido homenaje diario. Pues bien, la mítica historia cuenta que en todo el reino el único que sabía que el rey Midas tenía orejas de burro era su peluquero. Apolo, iracundo por la escogencia que el rey había hecho de Pan como mejor músico en la competencia de los dos dioses, lo castigó haciendo que le crecieran las orejas como a un burro. Y Midas, avergonzado, ocultaba la deformidad ante sus súbditos con un gorro frígio que sólo se quitaba ante el obligado corte y arreglo de cabello. Tamaña sorpresa para el peluquero y qué pesada responsabilidad. Desde luego, tampoco faltó la consecuente amenaza real de degollarlo si revelaba a alguien el secreto. ¿Qué hacer? La desazón lo carcomía por dentro y la necesidad de de contar el secreto a como diera lugar lo sumía en la desesperación; pero el temor le paralizaba la lengua y lo hacía padecer de calenturas y pesadillas. Finalmente, el peluquero encontró una forma ingeniosa de aliviar su carga y salvar el pellejo. Fue a la orilla del río, donde crecían los juncos, y abrió en la tierra húmeda un hueco profundo; luego hincó las rodillas en tierra,  hizo bocina con sus manos y gritó con voz potente dentro del hueco: “¡El rey Midas tiene orejas de burro!”. Después, tapó el hueco y se fue aliviado para su casa. Y el mito cuenta que al pasar el tiempo la noticia se difundió por todo el reino y de ello no pudo ser culpado el peluquero. La voz de éste, apresada en el hueco, se depositó también en los juncos que allí crecieron y cada vez que la brisa soplaba, de los juncos salía una voz que decía: “¡El rey Midas tiene orejas de burro!”
Así pues, el ingenio del peluquero le permitió superar una dificultad y dejar satisfecha una necesidad. Y es en esos momentos, cuando vemos realizadas nuestras posibilidades luego de grandes esfuerzos y arduos trabajos, que podemos gozar a nuestras anchas y nos llenamos de satisfacción y orgullo. Sentimos que tenemos algo especial. Caminamos de otra manera, un poco más pausados, más serenos. Percibimos que los demás nos miran con otra mirada en la que leemos eso que antes no habíamos visto: Reconocimiento. Entonces sufrimos otras transformaciones. El pecho se expande, el cuerpo toma una verticalidad inusual, la frente se despeja, la mirada se torna lejana y profunda. En fin...
Ahora bien, si frente a los retos y dificultades el ser humano hace acopio de recursos e ingenio, ¿cómo abordar los textos que presentan altos niveles de exigencia para su proceso lector? ¿Es posible acceder a plenitud a las simbologías textuales complejas mediante el estudio obligatorio o, por el contrario, cualquier persona está en capacidad de llegar a estas instancias conceptuales con el mero ejercicio de la plena libertad en sus lecturas?