lunes, 29 de agosto de 2011

De lecturas y exigencias IV

Cuando los elementos constitutivos del texto son planos y superficiales no existen posibilidades de cuestionamiento para el lector. En estos casos no entran en juego elementos complejos en la interacción texto-lector. Y al no encontrar ningún tipo de dificultades el lector chapalea en el texto como lo haría un adulto que se baña en una bañera para niños. El conflicto que genera la confrontación entre dos realidades distintas, entre dos modalidades de pensamiento, y la tensión que de ello se deriva se reemplaza por la placidez y la pantomima de un pseudoconflicto que tiene su resolución a la vista, sin mayor esfuerzo, sin ningún tipo de exigencia.
En su magistral ensayo ‘Sobre la lectura’[1], Estanislao Zuleta se apoya en Nietzsche para rechazar la lectura de “los hombres que se apresuran”, que viven de afán, y pone el acento en “la lectura lenta, cuidadosa y rumiante”, para concluir “que leer es trabajar”.  Y luego expresa de manera contundente:
“No hay textos fáciles; no busquen facilidad por ninguna parte, no busquen la escalera, primero Marta Harneker, después Althusser; eso es lo peor; no hay autores fáciles, lo que hay son lectores fáciles, que leen con facilidad porque no saben que no están entendiendo, por eso les parece más sencillo Descartes que Hegel. Toda lectura es ardua y es un trabajo de interpretación: fundación de un código a partir del texto…”[2]
Cuando Zuleta dice que no hay textos fáciles se está refiriendo a que cada “texto produce su propio código por las relaciones que establece entre sus signos”; pero esa relación no necesariamente en todos los casos entraña complejidad.  Así que si no hay trabajo al leer, no existen posibilidades reales de crecimiento. Y la falacia del pseudoconflicto en los textos usualmente denominados ‘comedias’ tampoco alcanza el grado de caracterización de la gran comedia –una de las realizaciones humanas más complejas y problemáticas- puesto que carece del ingenio, la sátira y la caricatura de los defectos humanos tanto en su dimensión social como en lo individual, de la confrontación de los ritmos narrativos, de la riqueza simbólica del lenguaje figurado y de todos aquellos componentes adicionales en forma y contenido que finalmente se vierten en chispeantes situaciones cómicas.
En fin, el lector, ya sea en plan de estudio, recreación o investigación, debe comprender que el acrecentamiento personal y la producción intelectual no se basan en la gratuidad; el proceso académico-investigativo y las grandes satisfacciones recreativas del intelecto requieren de esfuerzos que trascienden y cualifican los mismos momentos de solaz, de tal manera que las más altas expresiones de culturas se pueden constituir, y de hecho se constituyen, en generadoras de goce, de deleite para quienes están en condiciones de percibir y apreciar los sofisticados hilos de un entramado construido por una mentalidad compleja.
Desde luego, también hay que tener presente que el mismo esfuerzo, tanto en la construcción como en la recepción del texto, genera grandes satisfacciones.  Producir intelecto exige, ante todo, alcanzar un nivel de excelencia y llegar a ella no es tarea fácil. Ese es el producto de esfuerzos y sacrificios incontables. Y ese nivel de excelencia tiene que reflejarse en la producción o en los resultados que emerjan de la mente esclarecida. Por tanto, no podemos pretender que una mentalidad cultivada en el rigor intelectual niegue la configuración de su pensamiento en aras de allanarle el camino al lector. Es a este último a quien corresponde trabajar para acceder al texto con eficiencia, lo que le permitirá, a su vez, la posibilidad del deleite.
Finalmente, bueno es anotar la existencia de otro tipo de placer que también puede vincularse a la lectura y al estudio. El placer que conlleva la ejecución de una actividad vital permite que éste  pueda ser transmitido si esa actividad le proporciona al individuo realizaciones de diverso orden. Cuando la labor profesional alcanza niveles de satisfacción y realización, cada vez se lleva a cabo con entrega total y se perfecciona de manera continua en cada desarrollo. En estos casos se logra transmitir ese mismo goce a los demás. Si el amor sólo lo puede hacer inspirar quien ama o sólo puede florecer en quien es capaz de amar, estimular el gozo y el deleite sólo lo puede hacer quien lo vive y lo siente en las fibras más puras de su ser. No importa cómo, pero de seguro que lo logra


[1] .ZULETA, Estanislao. (1982) “Sobre la lectura”. En: Sobre la idealización en la vida personal y colectiva y otros ensayos. Bogotá: Procultura.
[2] .Ibidem.