lunes, 20 de junio de 2011

Del sentimiento trágico como poética en García Márquez II

El remordimiento de conciencia que atormenta tanto a Úrsula como a José Arcadio Buendía por la muerte de Prudencio Aguilar es la evidencia del dolor que consume al personaje. Su nivel de reflexión será determinado por un elemento externo al sujeto como es el destino, con lo que se encarna la concepción fatalista. Y es eso, en realidad, lo que el último de los Buendía (Aureliano Babilonia) lee absorto en los manuscritos de Melquíades cuando descubre “que Amaranta Úrsula no era su hermana, sino su tía, y que Francis Drake había asaltado a Riohacha solamente para que ellos pudieran buscarse por los laberintos más intrincados de la sangre, hasta engendrar el animal mitológico que había de poner término a la especie” (Ibid, pág. 347).
Destruido Macondo por la fuerza ciclónica “del huracán bíblico”, el espíritu trágico trasiega por otros contornos y reencarna en otros personajes. Así, en Crónica de una muerte anunciada es también el sentimiento trágico el elemento que le da cohesión estética a la novela. En esta obra se encuentra de igual manera un alto punto de afinidad con la tragedia griega pues refleja el conflicto entre el imperio del destino por superponerse a la voluntad del hombre.
En el orden formal, crónica, novela y drama se conjugan de manera simultánea en la obra, para contar y representar un suceso recogido de la vida real como muchos de los que saturan la historia policial de los pueblos del trópico: el asesinato a cuchilladas de un joven, heredero de una gran fortuna (Santiago Nasar), víctima, en un confuso lance de honor, de los hermanos de una joven desposada (Angela Vicario), quien lo acusa ante su familia de ser el causante de su desfloración prematrimonial, lo que le originó la deshonra pública al ser devuelta a su casa por su marido (Bayardo San Román), la misma noche de la boda.
La conjunción de estos diversos modelos formales permite delimitar los espacios pertenecientes a la realidad y a la ficción. Como crónica, tiende a establecer una distancia con relación al mundo de ficción; de esta manera, constituye de entrada un espacio independiente desde el cual actúa permanentemente el narrador en su condición de cronista. Como novela se vale recursos de carácter épico, lo que pone en evidencia la articulación episódica de los elementos contrastados: las actitudes, las formas de pensar y de actuar de cada uno de los personajes que intervienen en la acción novelada y la necesidad de desentrañar la compleja red de interrelaciones tejidas entre los aconteceres individuales.
La estructura dramática de la novela generalmente se presenta por medio de la utilización del diálogo como forma de acercamiento deliberado a lo teatral. Sin embargo, como bien lo establece Baquero Goyanes, ‘novela dramática’ no equivale a ‘novela dialogada’ (Baquero Goyanes, Mariano. Estructuras de la novela actual. Barcelona, Planeta, 1975, p.55), a pesar de ser ésta la forma que por lo general la caracteriza. Tampoco la estructura dialogada proporciona per se  la condición dramática. Se considera como esencia del drama la representación de una totalidad de vida por medio de acciones humanas en conflicto. El mejor acercamiento al carácter dramático se da en la medida en que las obras asuman una entonación tendiente a otorgarle a su estructura narrativa elementos de lo específicamente dramático. Los elementos que proporcionan este carácter a Crónica...  son: un conflicto que alcanza dimensión trágica y el grado de presencialidad creciente que adquieren los personajes hasta convertir al pueblo entero, y al lector, en espectador de su desenlace trágico: el crimen cometido en la persona de Santiago Nasar
Los planteamientos teóricos de peripecia y reconocimiento utilizados por Aristóteles (Arte poética) para explicar Edipo Rey son de gran utilidad al pretender desentrañar el efecto estético que se alcanza en Crónica de una muerte anunciada. Hay peripecia cuando se produce la aparición repentina de hechos que le dan a la historia un giro totalmente distinto al que traían, concentrando de esta manera un mayor interés por parte del espectador (lector). Es lo que sucede cuando Bayardo San Román devuelve a Angela Vicario a su casa paterna apenas dos horas después de desposarla, con la acusación de que no es virgen. Esto desencadena los acontecimientos en un sentido inverso a como se venían desarrollando y comienza, a partir de ese momento, a sentirse un aire de tragedia en el pueblo. Igual cosa acontece cuando se pretende desviar a los hermanos Vicario de su empeño homicida al quitarle los cuchillos, con lo cual se acelera el proceso ya que la pasividad de ellos se convierte en acción.
El reconocimiento está ligado al carácter trágico y todos los actos de reconocimiento se condensan en el momento del crimen. Sin embargo, también los augurios implican reconocimientos; los sueños y sus interpretaciones hacen parte de las múltiples develaciones implícitas, la mayor de las cuales es, indiscutiblemente, el conocimiento público y anticipado que se tenía de la muerte de Santiago Nasar a raiz del reiterado anuncio que de ella habían hecho quienes debían ser considerados como sus potenciales y seguros ejecutores, por estar cargados de motivos suficientes para hacerlo.
La peripecia y el reconocimiento tienen un vínculo estrecho con el suspenso y la tensión de la obra. Como en Edipo Rey, de entrada sabemos lo que va a suceder. El aciago destino de Edipo lo dice el coro, Tiresias y el oráculo; en Crónica..., los sueños y el narrador. El narrador anuncia desde la primera frase: “El día que lo iban a matar…”, la muerte de Santiago Nasar, quien muere insistentemente hasta que “vuelve a morir, definitivamente, en la última línea de la novela, luego de haber muerto tantas veces antes” (Rama, Ángel. “La caza literaria es una altanera fatalidad”. Prólogo a la edición de Crónica de una muerte anunciada, 1982). Queda, pues, eliminado el misterio y las nuevas expectativas se generan, entonces, a partir de los recursos técnicos expuestos.

El sentimiento trágico en Crónica...
Quedamos en que para el hombre moderno la culpabilidad trágica debe participar tanto de culpabilidad como de inocencia. De esta manera se posibilita un nivel de conciencia que se genera en la reflexión que realiza el hombre al desarrollar su subjetividad, pero que, además de esa culpabilidad, participa también en cierta proporción de una determinación originada en factores externos al sujeto. El componente reflexivo pertenece a la interioridad del sujeto y es lo que le permite cierto margen de indeterminación en relación con el condicionamiento que proporcionan los factores externos. Esta dualidad es lo que hace que el sujeto asuma el sufrimiento (originado en ese ‘sufrir’ que imponen los factores externos) y, a la vez, transite en un proceso de transformación hacia el dolor (que le proporciona el grado de ‘reflexión’ propia de su subjetividad).
En Crónica de una muerte anunciada se presentan dos tiempos claramente delimitados y con unas funciones específicas en cuanto a la culpabilidad trágica. El tiempo de la historia y el tiempo del relato. El primero está demarcado con énfasis por el factor cronológico de los hechos que desembocan en el crimen, en tanto que el segundo corresponde a la dinámica de la convocatoria de testimonios centrados en el cronista-narrador. En el tiempo de la historia se presentan las pocas horas que transcurren mientras se desarrollan los hechos y son registrados en varias secuencias temporales que interpolan pasado, presente y futuro en un constante paralelismo de acontecimientos. El tiempo del relato es la enunciación que hace el cronista-narrador, “persiguiendo con la escrupulosidad de un cronista vecinal sus meandros, esguinces, señales, agüeros, trazándolos delicadamente como un encaje” (Rama, Ángel. Op. Cit.). Entre uno y otro tiempo hay una diferencia de 27 años, y lo que finalmente los une es la culpabilidad. Así lo justifica el propio narrador: “Durante años no pudimos hablar de otra cosa. Nuestra conducta diaria, dominada hasta entonces por tantos hábitos lineales, había empezado a girar de golpe en torno de una misma ansiedad común. Nos sorprendían los gallos del amanecer tratando de ordenar las numerosas casualidades encadenadas que habían hecho posible el absurdo, y era evidente que no lo hacíamos por un anhelo de esclarecer misterios, sino porque ninguno de nosotros podía seguir viviendo sin saber con exactitud cuál era el sitio y la misión que le había asignado la fatalidad” (García Márquez, Gabriel. Crónica de una muerte anunciada, p.126).
Plácida Linero, madre de Santiago Nasar, es intérprete certera de sueños y tiene frente a sí la posibilidad de analizar los de su hijo, pero no advierte “ningún augurio aciago en esos dos sueños” a pesar de que efectivamente en ellos es claro el presagio. A diferencia de Tiresias en Edipo Rey, que conoce con precisión el porvenir y los inequívocos anuncios del oráculo, aquí la intérprete del futuro desestima la lectura del presagio por circunstancias fortuitas. Tampoco Santiago Nasar lo advierte. Esta determinación del destino es ajena a los personajes y los hace inocentes. El desenlace trágico está marcado por el destino. Plácida Linero transita serena por la cocina y pasillos de su casa, mientras Santiago Nasar deambula orondo por el pueblo, despreocupados los dos y ajenos a la inminencia de la tragedia que ya se ha desencadenado.
Pero hay otras circunstancias que marcan un criterio de voluntad y hace a los personajes responsables directos de sus actos. Es el conocimiento anticipado suficiente para evitar el crimen que tuvieron todos de ‘viva voz’ sobre el peligro que se cernía contra Santiago Nasar ; incluido él mismo y su madre. Plácida Linero tuvo, pues,  a su alcance la posibilidad de actuar de una u otra manera. Al escoger un tipo de comportamiento, motivado por su despreocupación o falta de cuidado en evaluar los hechos, esa fue su decisión; y en esa decisión comienza la culpabilidad trágica su trascendencia del sufrimiento al dolor. De Santiago Nasar tampoco se excluye el conocimiento y la culpa. De igual manera, es ese mismo conocimiento el que involucra a todos los habitantes del pueblo y en particular los que conocieron por anticipado lo que iba a suceder, lo que les confiere ese sentimiento de culpabilidad. Esa presencialidad creciente del pueblo (y del lector) en torno al desenlace trágico, los convierte en espectadores y de esta manera la obra adquiere gran parte de su entonación dramática.
Precisamente, es esa carga de angustia que se soporta durante tantos años, lo que genera la reflexión en torno a la participación que les corresponde en los hechos, lo que desencadena la exploración 27 años después y da cuerpo al relato. Una forma de expiar y liberar la angustia originada en el remordimiento de conciencia que ha oprimido el corazón de todos cuantos participaron en los infaustos sucesos.
Pues bien, este breve pero puntual recorrido por tres de las principales obras del creador de Macondo La hojarasca, Cien años de soledad y Crónica de una muerte anunciada pretende visualizar cómo, a través del sentimiento trágico, se configura la concepción poética en la obra de García Márquez, dándole sentido y consistencia estética